miércoles, 17 de febrero de 2010

El Puente de Fuentidueña de Tajo

La arquitectura de hierro aplicada a la ingeniería de caminos, que floreció en el siglo XIX, se introdujo en nuestra región a través de Fuentidueña de Tajo y, además, por partida doble. En este municipio del sudeste madrileño se levantó en 1842 un puente colgante de hierro, reemplazado en 1868 por un puente viga, mucho más robusto que aquel, que aún sigue dando servicio a los habitantes de la comarca de Las Vegas, a la que pertenece el pueblo.


Puente viga sobre el Tajo (1868-1871).

Siendo justos, el primer puente de hierro construido tanto en la Comunidad de Madrid como en el conjunto español es el que se eleva sobre la ría del Jardín de El Capricho, en la capital. Data de 1830, con lo que se adelantó doce años al primitivo puente de Fuentidueña y quince al de Triana (1845-1852), de Sevilla, considerado el puente de hierro más antiguo entre los que aún se conservan en nuestro país.

Pero, por sus reducidas dimensiones y su naturaleza recreativa, alejada de los planteamientos de las grandes infraestructuras viarias, no se le suele reconocer su condición de pionero. Estamos, en cualquier caso, ante un curioso y sugerente antecedente, que sorprende por su línea sencilla y ligera, en la línea de los puentes venecianos.

Un poco de historia

Fuentidueña era un punto problemático en el viejo camino que unía Madrid con Castellón de la Plana, ya que, hasta que se hizo el primer puente, la única forma de cruzar el río Tajo era por medio de lentas e incómodas barcas. La citada vía, que ya aparecía citada en el Repertorio de todos los caminos, publicado por Juan de Villuga en 1546, fue incrementando su importancia con el paso del tiempo hasta ser declarada carretera de primer orden en el siglo XIX.

El primero de los puentes de Fuentidueña fue proyectado por la Sociedad de Puentes Colgantes, una empresa dirigida por el francés Jules Seguin (1796-1868), que se instaló en Madrid en 1840 con objeto de introducir su prototipo de puente colgante en España. La obra no duró mucho, porque, en enero de 1866, sucumbió ante una acción militar del General Prim, lo que obligó a recuperar el sistema de barcas para atravesar el río.

El Gobierno de la Nación, a través de la Dirección de Obras Públicas, procedió entonces a la construcción de un nuevo puente, no sin antes realizar las oportunas reclamaciones a la compañía de Seguin. Para evitar que se repitiera lo sucedido, se eligió un modelo arquitectónico completamente diferente, menos frágil que el de los puentes colgantes, que se habían demostrado demasiado vulnerables y costosos de mantener.

Hay que señalar que el estándar popularizado por la citada sociedad consistía en un tablero de madera colgado de cables y varillas verticales de hierro, cuyo sostén eran cuatro soportes movibles de hierro colado.

Finalmente, se optó por un puente de palastro, que es como en aquella época eran conocidos los puentes fijos de hierro o puentes viga, utilizando una terminología más actual. Se trata de estructuras de tramo recto, compuestas por dos o más vigas longitudinales, formadas por palastros o chapas planas de hierro forjado con sección en doble T.

Esta tipología tuvo una rápida expansión en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en las líneas de ferrocarril, gracias a sus avances técnicos y a la reducción de los costes económicos. En un número de la Revista de Obras Públicas publicado en el año 1873, se explican sus ventajas:

"A la economía que ofrecen los puentes de palastro, se une la facilidad de salvar, con ellos, grandes luces, sin necesidad de alterar el régimen de una corriente; la rigidez del sistema, su fácil conservación y la dificultad de que ocurran en ellos accidentes lamentables, todo, pues, coadyuva a la preferencia que este sistema ha merecido en lo que va de siglo".


Plano del puente, publicado en 1873 por la 'Revista de Obras Públicas', dos años después de su inauguración.

Descripción técnica

El actual Puente de Fuentidueña de Tajo fue proyectado por José de Echevarría. Las obras se extendieron desde 1868 hasta 1871 y corrieron a cargo de la compañía Eng. Imbert et Cie., que ganó un concurso al que concurrieron once empresas metalúrgicas. La vinculación de esta sociedad con Gustave Eiffel (1832-1923) ha llevado a la falsa creencia de que el ingeniero francés fue su autor.

Consta de un tablero continuo, que se eleva sobre dos vanos iguales de 31,61 metros cada uno, alcanzándose una longitud total de 65,2 metros de longitud, incluyendo los estribos. Su sección se compone de dos vigas de borde en celosía de 2,5 metros de canto, espaciadas 6 metros entre sí.



La anchura del puente es de 6 metros en el tablero y de 7,5 en los estribos. Sobre aquel discurre una calzada de 4 metros, reservada al tráfico rodado, así como dos aceras peatonales de un metro cada una, a los lados. La estructura se apoya en su punto central sobre dos columnas ahuecadas, que emergen del cauce, unidas por un panel de cruz de San Andrés, como puede verse en la imagen.

Más de veinte puentes de hierro en Madrid

La geografía madrileña esconde más de una veintena de puentes de hierro, la mayoría de ellos construidos en el último tercio del siglo XIX. Además del de Fuentidueña de Tajo, cabe destacar los de Arganda del Rey, Torrejón de Ardoz, Titulcia y Villaviciosa de Odón.

Duermen arrinconados en viejas carreteras, antaño de primer orden y hoy rebajadas a caminos secundarios, desplazados por el hormigón de las modernas autovías, ellos que asombraron al mundo con sus revolucionarias técnicas constructivas.


A la derecha se ve uno de los estribos del puente, que superan en un metro y medio la anchura total del tablero.

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