miércoles, 31 de marzo de 2010

La iglesia de Valdilecha y sus pinturas románicas



Valdilecha es un pequeño pueblo de la zona sureste de la Comunidad de Madrid, cercano a Arganda del Rey. Posee un interesante patrimonio histórico-artístico, en el que brilla con luz propia una iglesia de origen medieval, que, al margen de su interés arquitectónico, guarda en su interior unas fascinantes pinturas románicas.

La Parroquia de San Luis Obispo, que así se llama, fue levantada en el siglo XIII en estilo mudéjar toledano y, más en concreto, entre 1240-1250, según sostienen algunos investigadores. Es el caso de Aurea de la Morena Bartolomé, quien afirma que su construcción no debió ser muy posterior al año 1214, cuando Valdilecha quedó integrada en el alfoz de Alcalá de Henares, merced a la donación realizada por el rey Alfonso VIII al obispo Jiménez de Rada.

De su primitivo trazado sólo ha llegado hasta nosotros la cabecera, el único elemento que no fue demolido tras la profunda transformación llevada a cabo a finales del siglo XVI o principios del XVII. Fruto de aquellas obras son las tres naves actuales, que quedan separadas por columnas toscanas, unidas entre sí mediante arcos de medio punto. También fueron incorporados un coro, una sacristía y una nueva torre.

La cabecera mudéjar

Como es preceptivo en la arquitectura religiosa medieval, el ábside está orientado a levante. Es semicircular y se cubre con bóveda de cuarto de esfera, en cuya base se dispone un alero con canecillos de ladrillo. Se une al cuerpo principal mediante un tramo presbiterial, de planta rectangular y de cierta complejidad técnica.


Vista general del ábside.

La cabecera está hecha en mampostería, con verdugadas horizontales de ladrillo, un tipo de fábrica que ya hemos tenido ocasión de apreciar en las iglesias medievales de Santa María la Antigua, en Carabanchel, y de San Cristóbal, en Boadilla del Monte. Pero, a diferencia de éstas, los vanos o aspilleras se presentan mucho más elaborados, con una factura claramente toledana.

Los más sobresalientes son los situados en el ábside. Originalmente eran tres, pero, con la construcción de la sacristía, uno de ellos fue eliminado. Son de medio punto y se rodean de arcos ciegos de herradura y polilobulados, a modo de arquivoltas.

Canecillos y vano con arcos de herradura y polilobulados en el ábside.

Existen otros dos vanos en el lienzo meridional del presbiterio, si bien su composición es mucho más sencilla, con un arco ciego de medio punto definiendo su contorno. Lo más destacado de esta parte es el friso de ladrillos, de dientes de sierra, que se distribuye horizontalmente por encima de los ventanucos.


Friso y aspilleras del muro meridional del presbiterio.

La cabecera sorprende aún más vista desde dentro. Llama la atención la impresionante galería de arcos de herradura, hechos en ladrillo, que se entrecruzan recorriendo horizontalmente la curvatura de la pared, abrazando la parte baja de la bóveda.

Son todos ciegos, con excepción de dos, donde se alojan los vanos anteriormente aludidos, que se encuentran protegidos con una piedra de alabastro. Se trata de un material muy utilizado durante la Edad Media, por su capacidad para tamizar la luz y, al mismo tiempo, impedir la visión, tanto desde dentro como desde fuera.

Pinturas románicas

La bóveda de cuarto de esfera está decorada interiormente con unas bellísimas pinturas murales medievales, donde se representa un Pantocrátor, aunque sólo se conserva la mitad inferior y algunas partes laterales de la mitad superior.

Jesucristo aparece sentado en el trono celestial, vestido con una túnica blanca y un manto de tonos rojizos, que destacan sobre un fondo azul. Se encuentra dentro de un óvalo o Mandorla Mística, en el que predominan los colores negro, amarillo y rojo, dispuesto a impartir justicia el Día del Juicio Final, tal y como se recoge en el Apocalipsis.

Le rodea el Tetramorfos (simbologías de carácter animal de los Cuatro Evangelistas) , si bien sólo es posible distinguir nítidamente el león de San Marcos y el toro de San Lucas, mientras que de las alegorías de San Juan y de San Mateo apenas quedan unas alas. Están acompañados por arcángeles (tal vez, Gabriel y Miguel), según se adivina por las escasas trazas existentes.


Vista del Pantocrátor que decora la bóveda (fotografía de Sdelbiombo).

Debajo del Pantocrátor, en el interior de los arcos ciegos a los que nos hemos referido más arriba, pueden verse restos pictóricos, muy mal conservados, de diferentes apóstoles, identificados con letreros que portan sus nombres. Pueden leerse los de Andreas, Petrus, Matheus y Simon.


Grupo de apóstoles de la arquería ciega, que recorre la base de la bóveda (fotografía de Sdelbiombo).

La historia de un descubrimiento

Los murales están hechos al fresco, con retoques de agua de cal. Fueron descubiertos en el año 1976 por el párroco Antonio Moreno, quien intuyó su presencia debajo del yeso que los cubría, desde, muy posiblemente, el siglo XVI-XVII, cuando el templo fue reformado. Consciente de la importancia del hallazgo, el cura dio aviso al Arzobispado y a la Dirección General de Bellas Artes.

Entre 1978 y 1980 se procedió a la restauración del edificio y de las pinturas, a instancias de la desaparecida Diputación Provincial de Madrid. Los trabajos fueron acometidos por Amparo Berlinches, responsable de la intervención arquitectónica, y por Santiago Ferrete y Juan Ruiz Fardo, quienes actuaron sobre los frescos. Las zonas donde no había indicios de pinturas fueron vaciadas, tal y como hoy puede contemplarse.

Por su iconografía y composición, las pinturas siguen pautas claramente románicas, estilo que, dado el periodo en el que fueron realizadas (siglo XIII), se encontraba completamente desfasado. De ahí que se observen rasgos góticos, sobre todo en lo que respecta al tratamiento formal.

Diferentes autores observan paralelismos con el Pantocrátor del Cristo de la Luz, de Toledo, del que solamente se conserva la mitad superior. Las semejanzas también se extienden a los elementos arquitectónicos, especialmente en referencia a la arquería ciega existente en la base de la bóveda, en su parte interior.

El Cristo de la Luz fue inicialmente una mezquita, construida en el año 999 y transformada en el siglo XII en iglesia. Sus frescos están datados en el primer cuarto del siglo XIII, con lo que son anteriores a los de Valdilecha.


Interior del Cristo de la Luz, de Toledo, con el Pantocrátor y la galería de arcos ciegos, al fondo. Fuente: pbase.com.

Artículos relacionados

La serie "En busca del románico y del mudéjar" consta de estos reportajes:
- La iglesia mudéjar de Boadilla
- Santa María la Antigua
- El Móstoles Mudéjar
- La iglesia de Venturada, una pequeña muestra del románico madrileño
- La sorpresa románica del convento de La Cabrera

domingo, 28 de marzo de 2010

Por favor, basta ya

Esta frase se la hemos tomado prestada a Bélok, autor del estupendo blog Viendo Madrid, y recurrimos a ella siempre que queremos denunciar el vandalismo del que es objeto nuestro patrimonio histórico-artístico, generalmente por medio de grafitis. Sirvan como muestra los tres siguientes casos, que, haciendo uso de un refrán muy castizo, claman al cielo.

Parque de la Dalieda

El primer ejemplo de barbarie se localiza en el Parque de la Dalieda de San Francisco el Grande y, más en concreto, en el grupo escultórico San Isidro. Esta obra, realizada por Santiago Costa en el segundo tercio del siglo XX e inicialmente instalada en la Fuente de Villanueva, se encuentra completamente pintarrajeada. No es que en este blog seamos demasiado entusiastas de la citada escultura, ni siquiera del parque, pero nos duele mucho observar estos hechos.



Cuesta de los Ciegos

La segunda denuncia va dirigida contra los grafitis, que algunos se atreven a reivindicar como arte, que invaden, de cabo a rabo, la Cuesta de los Ciegos. Se trata de una escalera monumental, hecha en sillería de granito, que comunica Las Vistillas con la Calle de Segovia, a la altura del Viaducto. Su aspecto es, sencillamente, lamentable.



Estación del Norte

El tercero y último de los ejemplos que traemos a colación es de vértigo, al menos en lo que respecta a la altura del monumento grafiteado. La hermosa cúpula plateada de la antigua Estación del Norte ha sido el lugar elegido para que el grafitero, que parece atender por las siglas SH, estampe su firma. Sin comentarios.

jueves, 25 de marzo de 2010

La Fuente del Lozoya y las alegorías de ríos



Como muchas otras capitales europeas, Madrid cuenta con diferentes grupos escultóricos en los que se representan ríos, generalmente personificados por medio de una figura masculina.

Se trata de una tradición que se remonta a los tiempos finales de la cultura helénica y que se ha mantenido a lo largo de los siglos, desde el periodo romano hasta el romanticismo, con ejemplos tan impresionantes como la Fuente de los Cuatro Ríos (1651), de Bernini, que decora la Piazza Navona, de Roma.

Las alegorías de ríos de nuestra ciudad son muy posteriores, concretamente de mediados del siglo XIX. A esta época corresponden las fuentes alusivas a los ríos Manzanares y Jarama, integradas dentro del Monumento a Felipe IV, de las que ya hablamos en un artículo anterior. Y también la dedicada al Lozoya, el principal abastecedor de agua de la Comunidad de Madrid, a la que nos referimos a continuación.

Existe una cuarta alegoría de río en Madrid, conocida como la Dama del Manzanares, pero, por su concepto y fecha de realización (año 2003), queda completamente al margen de la tradición grecorromana a la que aludimos.

Una fuente en honor del río que nos da de beber



La Fuente del Lozoya se levanta en la transitada Calle de Bravo Murillo, número 49, en pleno corazón del Barrio de Vallehermoso. Se encuentra adosada a uno de los muros del Primer Depósito del Canal de Isabel II (antiguo Campo de Guardias), que fue construido entre 1853 y 1859, en el contexto de las obras desarrolladas para traer el agua desde el citado río hasta la capital.

Esta infraestructura hidráulica, actualmente inutilizada, fue proyectada por el ingeniero Juan de Ribera Piferrer, siguiendo el modelo de las cisternas romanas. En su enorme planta rectangular, de 125 metros de largo y 86 metros de ancho, se suceden nada menos que 484 pilares, distribuidos en dos vasos contiguos, que permiten almacenar hasta 58.540 metros cúbicos de agua.

Pero centrémonos en la fuente, el único elemento ornamental presente en este complejo claramente funcional, que preside su fachada principal. Se trata de una fuente muraria, que recurre a pautas clasicistas, con un toque romántico, en la línea, y salvando las distancias, de la majestuosa Fontana de Trevi (1732-1762), de Roma.

Como ésta, posee un aire muy escenográfico. Planteada como un gran escenario en plena calle, presenta fábrica de ladrillo visto en los paños, de granito en los elementos estructurales y de caliza en los decorativos. Está estructurada en tres cuerpos principales, separados por cuatro grupos de pilastras corintias, que se disponen pareadas.

El central está integrado por una hornacina de cuarto de esfera, concebida a modo de arco triunfal. Las similitudes con la Fontana de Trevi son muy evidentes, no sólo en lo que respecta a su configuración, sino también al grupo escultórico de su interior, consistente en una figura masculina, cuya actitud e inclinación de cabeza recuerdan al Neptuno que decora la fuente romana.

Esta escultura se debe a Sabino de Medina (1814-1879), que, por entonces, ostentaba el puesto de Escultor de la Villa. Se trata de una alegoría del río Lozoya, personificado en un esbelto joven, que pisa con uno de sus pies una vasija, asentada sobre un conjunto de rocas, que dan forma a una cascada (de nuevo se observa la influencia de la Fontana de Trevi).

Tal planteamiento se aparta de la tradición clásica, que, muy marcada por la estatua del Nilo conservada en los Museos Vaticanos, casi siempre ha representado a los ríos mediante un anciano barbado, reclinado sobre el costado. Sin ir más lejos, las alegorías del Manzanares y Jarama del Monumento a Felipe IV, de la Plaza de Oriente, siguen este modelo.

Cada uno de los dos cuerpos laterales está formado por dos cavidades, una cuadrangular, donde se aloja un escudo, y otra rectangular, con un grupo escultórico. El situado en el lado meridional es una alegoría de la Agricultura, obra de Andrés Rodríguez, mientras que, en el flanco septentrional, se levanta la Industria, realizada por José Pagnucci.

El conjunto queda rematado en la parte superior por una cornisa corrida. A sus pies se asienta un pilón de planta semicircular, que recoge las aguas que vierte la cascada. Fue limpiado en 1992 y restaurado en el año 2000.



A pesar de su interés arquitectónico y escultórico, no es posible acceder a la fuente, por encontrarse cercada mediante una verja de hierro forjado, que también limita su visibilidad. Y, al igual que otras fuentes de la ciudad, como la de las Conchas o de los Tritones, situadas en el Campo del Moro, siempre está apagada.

Artículos relacionados: Monumentos dedicados al Manzanares

martes, 23 de marzo de 2010

Empeora el estado de la muralla de la Calle del Almendro



Hace unos cuantos meses, el blog Arte en Madrid publicaba el magnífico artículo Un paseo en busca de la muralla cristiana, donde se hacía un recorrido por los restos de la fortificación que aún se mantienen en pie.

Entre ellos, los que se conservan en el número 17 de la Calle del Almendro, a los que Mercedes Gómez, la autora del reportaje, se refería en los siguientes términos: "tras la verja de un pequeño jardín, hallamos un lienzo de 16 metros de largo, que siempre da la impresión de que necesitaría más cuidados".

Tras visitar recientemente estos vestigios, creemos que ya no hay que hablar solamente de cuidados, como sugería Mercedes con todo el sentido, sino de una completa restauración y consolidación.

Como puede observarse en las fotografías, nos da la sensación de que ha aumentado sensiblemente el número de piedras desprendidas, tal vez como consecuencia de las inclemencias de este invierno, mucho más húmedo que otros.

El aspecto actual de las ruinas resulta bastante inquietante. Esperemos que las autoridades municipales sean conscientes de este hecho y tomen medidas, antes de que sea demasiado tarde.

Tal día como hoy nacía Juan Gris



Hoy se cumplen 123 años del nacimiento del pintor madrileño José Victoriano Gónzalez Pérez (1887-1927), conocido universalmente como Juan Gris, uno de los grandes maestros del cubismo.

Vio la luz un 23 de marzo en esta casa de la Calle del Carmen, número 4, tal y como recuerda una placa conmemorativa, instalada en el año 1986. Era el decimotercero de los hijos del matrimonio formado por Gregorio González Rodríguez, un próspero comerciante vallisoletano, e Isabel Pérez Brasategui, de origen malagueño.



Definido por Picasso como "el pintor que sabía lo que hacía" y por Apollinaire como el artista de las "formas materialmente puras, que se contenta con la pureza concebida científicamente", él mismo da cuenta de su estilo en los siguientes términos:

"Yo trabajo con los elementos del espíritu, con la imaginación, intento concretar lo que es abstracto. Voy de lo general a lo particular, lo que significa que parto de una abstracción para llegar a un hecho real. Mi arte es un arte de síntesis, un arte deductivo".

"Considero que el lado arquitectónico de la pintura es la matemática, el lado abstracto; quiero humanizarlo".

"Cézanne, de una botella hace un cilindro. Yo parto del cilindro para crear un individuo de un tipo especial, de un cilindro hago una botella, una cierta botella".

"Un cuadro sin intención representativa sería, a mi modo de ver, un estudio técnico siempre inacabado, pues su único límite es su resultado representativo".

"Una pintura que no es más que la fiel copia de un objeto no sería tampoco un cuadro, porque incluso suponiendo que ella completa las condiciones de la arquitectura coloreada, carecería de estética, es decir, de elección en los elementos de la realidad que expresa. No sería más que la copia de un objeto y jamás un tema".


'La fenêtre ouverte (La ventana abierta)', obra de Juan Gris, pintada en 1921. Museo Nacional Reina Sofía, Madrid.

domingo, 21 de marzo de 2010

Últimos ensayos de los costaleros



Llevan preparándose desde hace meses. Un sábado más, los costaleros de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena han vuelto a reunirse en el entorno de la Plaza del Conde de Barajas, junto al Arco de Cuchilleros, para ensayar los movimientos del desfile procesional del ya inminente Jueves Santo.

Se trata de una de las más bellas procesiones de la Semana Santa madrileña, aunque claramente inspirada en la tradición andaluza. De hecho, los dos pasos de los que consta son réplicas exactas de los existentes en Sevilla. El Cristo salió por primera vez en 1946 y, dos años más tarde, procesionó la Virgen. Desde entonces salen juntos en la noche y madrugada del Jueves Santo.

sábado, 20 de marzo de 2010

La Quinta de los Molinos ya ha despertado



Los almendros de la Quinta de los Molinos ya están en flor. Este año la floración se ha retrasado hasta la segunda quincena de marzo, cuando lo habitual es que se produzca a mediados o a finales de febrero. Pero la espera ha merecido la pena: ahí están en todo su esplendor, ofreciendo uno de los mayores espectáculos de la primavera madrileña.



La Quinta de los Molinos es un bello ejemplo de parque de recreo agrícola, concebido y desarrollado en el primer tercio del siglo XX, siguiendo el modelo ilustrado. En él se integran cultivos frutícolas, como el almendro o el olivo, y especies vegetales típicas de los jardines, como el olmo, el plátano o el ciprés, distribuidos en grandes paseos de tierra.



Este parque agrícola fue concebido y desarrollado por el arquitecto y urbanista César Cort, quien, en 1920, adquirió la propiedad de la finca. En 1925 se hizo construir un palacete de estilo racionalista, que convirtió en su vivienda, y la llamada Casa del Reloj, que utilizó como residencia de verano.

Tras su muerte en 1978, sus herederos firmaron con el Ayuntamiento de Madrid un convenio de cesión de tres cuartas partes de la finca, aproximadamente 25 hectáreas, a cambio de poder urbanizar el resto, alrededor de cuatro hectáreas.



El resultado de aquella operación es que, desde 1980, los madrileños podemos disfrutar de un espacio rural dentro de la vorágine de la gran ciudad y de un pedacito del Mediterráneo en plena meseta castellana.

Todo un privilegio, gracias al cual, al final de cada invierno, tenemos ocasión de contemplar la grandiosa función de la floración de los almendros. Pero, atención, no falta mucho para que dé comienzo otra, tan hermosa como aquella. La de las lilas.

jueves, 18 de marzo de 2010

La Fuente de los Caños Viejos

En la Calle de Segovia, junto al Viaducto, se exhibe el escudo en piedra más antiguo de Madrid, adosado a un moderno edificio del año 1990. Se trata del único vestigio que se conserva de la desaparecida Fuente de los Caños Viejos, realizada en el siglo XVI a partir de un antiguo viaje de agua, si bien el blasón fue labrado a mediados del siglo XVII.



Historia

La Fuente de los Caños Viejos se debe a Diego Sillero, el primero de los alarifes con los que contó la Casa de la Panadería (1590-1619). Inicialmente estuvo emplazada en la parte final de la Calle del Rollo, pero en 1588 cambió de lugar, como consecuencia de la construcción de la Calle Real Nueva, de la que surgió la Calle de Segovia, por orden del rey Felipe II.

Los artífices del traslado fueron el cantero Pedro de Nares y el maestro de obras Alonso Carrero, quienes colocaron la fuente en contacto con el muro occidental de una vivienda, en el actual número 21 de la Calle de Segovia. El escudo que ha llegado a nuestros días fue instalado hacia 1650, con lo que cabe pensar que sustituyó a uno anterior, probablemente del siglo XVI.

En el solar de este edificio se construyó a finales del siglo XVIII la llamada Casa del Pastor, pero ello no significó la desaparición de la fuente, que, muy al contrario, quedó integrada en la estructura. Este edificio toma su nombre del pastor que, según la leyenda, la recibió en propiedad. Se cumplía así el deseo del dueño anterior, un clérigo que oficiaba misa en la Iglesia de San Andrés, que mandó donar la casa al primer viandante que apareciese delante de la puerta, después de su muerte.

Curiosamente, no fue la actividad inmobiliaria la que acabó con la fuente, sino la traída de aguas del Canal de Isabel II, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Al perder su función, vinculada al primitivo sistema de los viajes de agua, fueron desmantelados los caños y el pilón, aunque no ocurrió lo mismo con el blasón de piedra, que, afortunadamente, se preservó.

La Casa del Pastor fue derribada en 1976, después de un lento proceso de deterioro, iniciado en los años cuarenta, que determinó la apertura de un expediente de ruina. Sorprendentemente, el escudo consiguió salvarse de la piqueta, cosa extraña dada la facilidad con la que se ha destruido el patrimonio histórico-artístico en esta ciudad.


Los restos de la fuente, antes de 1990, cuando se construyó el moderno edificio en el que quedaron integrados.

En el año 1990 fue levantado el inmueble actual, denominado igualmente Casa del Pastor, a partir de un elogiado diseño de Francisco de Asís Cabrero, Carlos de Riaño y José Cabrero, firmado en 1988. El proyecto, premiado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, contemplaba la integración de la Fuente de los Caños Viejos en el edificio, tal y como hoy se puede verse a los pies del Viaducto de la Calle de Segovia.

Descripción

Los restos de la fuente están situados en la Cuesta de los Caños Viejos, una pequeña vía que salva la pendiente existente entre las calles de Segovia y de Bailén. De la primitiva estructura sólo se conserva un paño de sillería, donde se asienta un escudo de armas de Madrid, labrado en piedra de granito.



El lienzo es cuadrangular (5 x 5 metros) y se encuentra enmarcado a los lados por medio de una moldura en saliente y, en la parte superior, por una cornisa corrida. En el centro hay instalada una falsa hornacina ciega, formada por dos pilastras laterales y un arco de coronación, sobre el que descansan, a modo de ornamento, dos pequeñas pirámides con bola (a los lados) y un pináculo (en el medio).

En el interior de la hornacina se aloja un escudo con corona de 2,5 metros de alto por 1,5 metros de ancho, con el oso rampante y el madroño esculpidos en altorrelieve. La factura barroca de la obra se evidencia en la abundancia de adornos curvilíneos alrededor de las figuras.

En el año 2007, el muro de granito fue traladado para colocar una farola, hecho que suscitó un cierto revuelo, aunque finalmente se tomó la decisión de retirarla, reparando los daños ocasionados. En la fotografía inferior, pueden verse los restos de la fuente en junio de 2007, con la farola recién instalada.


Fotografía de Diego Sinova, publicada en 'El Mundo' el 1 de junio de 2007. La farola que aparece a la derecha ya no existe.

martes, 16 de marzo de 2010

La Puerta de Felipe IV

La Puerta de Felipe IV es uno de los accesos más emblemáticos del Parque del Retiro. Su magnífica factura barroca y su espléndido entorno, con el Parterre como telón de fondo y el Casón del Buen Retiro enmarcando su frente, la destacan como una de las entradas más hermosas, por no decir la que más, de estos jardines históricos.



Un poco de historia

Construida en 1680, se trata de la puerta monumental más antigua de todas las que se conservan en Madrid. Fue diseñada por el arquitecto Melchor de Bueras, con una doble misión: por un lado, conmemorar la entrada en la Corte de la reina María Luisa de Orleáns, la primera esposa de Carlos II, y, por otro, servir de cierre al Real Sitio del Buen Retiro.

Estuvo emplazada en un principio en las inmediaciones del Monasterio de los Jerónimos, cerca de lo que hoy es la Plaza de Cánovas del Castillo, hasta donde llegaban los límites del desaparecido recinto palaciego. Y en esta ubicación se mantuvo hasta mediados del siglo XIX, cuando tuvo lugar el primero de sus dos traslados.

Éste se produjo durante el reinado de Isabel II (r. 1833-1868), en el contexto de los procesos de segregación y urbanización de los terrenos más occidentales del Buen Retiro, que dieron origen al actual Barrio de los Jerónimos. Como consecuencia de esta operación urbanística, el Real Sitio se desprendió del espacio comprendido entre la Calle de Alfonso XII y el Paseo del Prado, zona donde precisamente se encontraba la puerta.

Sorprendentemente, no se tomó la decisión de derribarla, como tantas veces ha ocurrido en la historia de esta ciudad, sino que fue llevada al Palacio de San Juan, un edificio que estuvo situado en el solar que hoy ocupa el Palacio de Comunicaciones. Con todo, existen otras versiones que sostienen que su destino fue la Casa de Campo.


La Puerta de Felipe IV en 1846, en su enclave original. Puede apreciarse a la derecha la desaparecida escultura de la diosa Fortuna, instalada en 1690.

El segundo y definitivo traslado se produjo en 1922. Siguiendo una iniciativa del Ayuntamiento de Madrid, la puerta fue devuelta a los Jardines del Buen Retiro, convirtiéndose nuevamente en una de sus entradas, tal y como Melchor de Bueras la había concebido.

Los trabajos de adaptación al cerramiento del parque fueron asumidos por Luis Bellido. El arquitecto no se limitó a un mero traslado, sino que amplió su planta, con el fin de que el conjunto adquiriera un aire todavía más monumental, acorde con la solemnidad de su nuevo enclave, entre el Parterre y el Casón del Buen Retiro.


La puerta, en su ubicación actual, en una fotografía tomada entre 1922 y 1936.

La confusión de su nombre

A pesar de su topónimo oficial, la puerta nada tiene que ver con Felipe IV. El único nexo existente con el monarca es la Calle de Felipe IV, de la que toma prestado su nombre por una cuestión de proximidad geográfica. Esta vía, que comunica la Plaza de Cánovas del Castillo con el Casón del Buen Retiro, fue trazada en el siglo XIX formando eje con el primitivo emplazamiento del monumento.


Lado occidental de la puerta, desde la Calle de Alfonso XII.

La puerta también es conocida como de Mariana de Neoburgo, la segunda esposa de Carlos II, aunque en realidad fue erigida en honor de María Luisa de Orleáns, su primera mujer. Ello es debido al doble aprovechamiento que se hizo del monumento, que, tras el fallecimiento de ésta, volvió a ser utilizado como entrada triunfal, en esta ocasión para celebrar la llegada a Madrid de la reina Mariana, en 1690.

Con tal motivo, fueron instalados en su frontal diferentes grupos escultóricos, entre ellos una diosa Fortuna, que ha desaparecido, así como una lápida alusiva a Mariana de Neoburgo y a la fecha en que ésta hizo su entrada en la Corte. De ahí la confusión existente sobre el año de construcción, que realmente fue 1680 y no 1690, como reza en la citada placa.

Los equívocos no terminan ahí, pues existen otras denominaciones. Se la llama igualmente Puerta del Ángel, aunque no hay, ni hubo nunca, ninguna figura de este tipo entre los motivos escultóricos. Es probable que este nombre provenga de la estatua de la diosa Fortuna que adornaba antiguamente la puerta, que se identificaba erróneamente con un ángel.

El cuarto y último topónimo es el de Puerta del Parterre, dada la proximidad de este recinto, uno de los espacios más singulares del Parque del Retiro.

Descripción

La Puerta de Felipe IV tiene una longitud total de 25 metros, a lo largo de los cuales se disponen tres vanos. El ubicado en el centro es el de mayor valor histórico-artístico, pues se trata de la pieza barroca diseñada por Melchor de Bueras. Los otros dos se sitúan en los extremos, en posición oblicua, y son fruto de la intervención arquitectónica de Luis Bellido, realizada en el primer tercio del siglo XX.

Todos ellos quedan unidos mediante una verja de hierro forjado, que se sostiene sobre varias pilastras de piedra, según el proyecto de Bellido. La fábrica empleada es sillería de granito, presente en las partes estructurales, y caliza blanca, reservada para los adornos.

Volviendo a la entrada central, es, sin duda, el elemento más destacado, no sólo porque posee la máxima altura de todo el monumento, 9,5 metros, sino también por su bellísima traza barroca.

Construida en una etapa evolucionada de este estilo, muestra una profusa decoración, con la que anticipa las corrientes churiguerrescas que triunfaron posteriormente, en el primer tercio del siglo XVIII. Así se pone de manifiesto en el tratamiento de las superficies, con entrantes y resaltes que se suceden, y el juego de formas rectas y curvas.

Pueden distinguirse dos cuerpos en este vano principal. El inferior, el que permite el acceso, está formado por un dintel, rodeado por molduras quebradas, con la línea recta como gran protagonista. El superior consiste en un arco de medio punto, cuya luz ha sido aprovechada para instalar diferentes motivos ornamentales, en los que dominan claramente las curvas.

En esta parte se alojan dos escudos, el de España en el lado occidental (mirando hacia el Casón del Buen Retiro) y el de Madrid en el oriental (hacia el Parterre), a los que acompañan adornos curvilíneos y florales. Éstos vuelven a repetirse en la coronación del arco, que también se remata con tres pináculos, a modo de jarrones.

Sobre el dintel que conforma el cuerpo inferior, aparece una cartela ovalada, en la que se recoge la siguiente leyenda: "EGRE DEHE MARIA ANA TUISOI ACONCOR CUIUTARCU ET COLOSOS QUOTNUME GENIA ERIGISELOGIA AVE ET FAVE 1690".


Lado oriental de la puerta, desde el Parterre, con el Casón del Buen Retiro al fondo.

domingo, 14 de marzo de 2010

¿Atalaya islámica o torre cristiana?

Lo que vemos en estas fotografías son los únicos restos arqueológicos, de índole arquitectónica, que no fueron destrozados con la construcción, a finales del siglo XX, del aparcamiento de la Plaza de Oriente y del túnel de la Calle de Bailén.



Nos duele recordar que aquellas obras, concluidas en 1996, supusieron el descubrimiento y, paradójicamente, la eliminación de numerosos vestigios de nuestro pasado. Entre ellos, fueron arrasados los cimientos y sótanos de la Casa del Tesoro, comenzada en 1568 a instancias de Felipe II. Destrucción que fue justificada por algún político con frases del tipo "eran sólo piedras".

Los citados restos se exhiben, convenientemente acristalados, en el primer nivel del parking de la Plaza de Oriente y corresponden a la base de una torre medieval. Según el cartel explicativo instalado junto a las ruinas, se trataría de una atalaya islámica del siglo XI, levantada fuera del primitivo recinto amurallado que, dos siglos antes, dio origen a la ciudad de Madrid, durante la dominación musulmana de la península.

Su misión era la vigilancia y protección de una zona que, al encontrarse en fuerte pendiente por la existencia de un antiguo barranco, constituía un punto de peligro para los arrabales situados al norte de la muralla.

Sin embargo, autores como José Manuel Castellanos Oñate entienden que el origen atribuido a la atalaya es demasiado tardío como para ser musulmana. Hay que recordar que la conquista cristiana de Madrid se produjo en el siglo XI, concretamente en el año 1083, cuando el rey Alfonso VI de Castilla se apoderó de la plaza.

En su estupenda página El Madrid medieval, el investigador considera que los vestigios de la Plaza de Oriente son cristianos y que su origen podría datarse bien a finales del siglo XI, bien a principios del XII. Esto es, fue levantada en el contexto de las obras de la muralla cristiana de Madrid.

Según su teoría, estaríamos ante la Torre de los Huesos, que, junto con la Torre de Alzapierna, flanqueaba la Puerta de Valnadú, que estuvo ubicada en lo que hoy es la confluencia de las calles de la Unión y Vergara, cerca de la Plaza de Isabel II. Era una torre albarrana, separada del lienzo de la muralla cristiana, que, al estar próxima al cementerio de la Huesa del Raf, empezó a ser conocida con el apelativo que ha llegado a nuestros días.

Los restos conservados bajo la Plaza de Oriente presentan fábrica de mampostería de sílex y caliza, con sillares en los esquinales que reforzaban la construcción. Su planta era cuadrangular (3,65 x 3,40 metros) y era maciza en buena parte de la estructura.

Aunque estas características técnicas eran habituales en la arquitectura militar andalusí, debe señalarse que pervivieron más allá de la conquista cristiana. El recinto amurallado de Buitrago del Lozoya es un claro ejemplo de la persistencia de las pautas constructivas musulmanas en los siglos XI, XII y XIII, en pleno proceso de repoblación cristiana.

viernes, 12 de marzo de 2010

El Puente del Retamar



El Puente del Retamar es una soberbia construcción del siglo XVIII, situada sobre el río Guadarrama. Se encuentra en las proximidades de la urbanización Molino de la Hoz, junto a la carretera comarcal M-505, en el límite de los términos municipales de Las Rozas de Madrid y Galapagar.

Es uno de los principales atractivos del Área Recreativa Virgen del Retamar, incluida dentro del Parque Regional del río Guadarrama y su entorno.

Antecedentes históricos

Cerca del enclave donde ahora se asienta el puente estuvo la antigua aldea de Santa María del Retamar, fundada por repobladores madrileños en la primera mitad del siglo XII y abandonada a finales del siglo XIV.

De esta desaparecida población no queda más rastro que su topónimo, aplicado actualmente al puente, al área recreativa donde éste se halla y a una imagen religiosa, que se venera en la Iglesia de San Miguel, de Las Rozas.

Por su situación a los pies del Puerto de Galapagar y en una zona donde el Guadarrama amplía su valle, Santa María del Retamar siempre fue un lugar muy transitado y paso obligado para salvar el río.

Aquí confluían varios caminos comarcales, que, en el último tercio del siglo XVI, cobraron cierta importancia dentro de la red viaria del centro peninsular, debido a la fundación del Monasterio de El Escorial.

Pero, ante la carencia de infraestructuras que facilitasen un paso rápido y cómodo del río, los desplazamientos de la Corte se hacían preferentemente por el Camino de Valladolid, que unía Madrid con el Real Sitio a través de Torrelodones, Collado Villalba y Guadarrama.


El puente, aguas abajo, con sus tajamares semicirculares.

Construcción

La decisión de levantar un gran puente en la zona de El Retamar se tomó durante el gobierno del Marqués de la Ensenada (1702-1781). Fue construido en el contexto de las obras del Real Camino de Castilla y Galicia, con el objetivo de hacer transitable el paso del Guadarrama a los carros, algo imposible hasta ese momento.

Esta vía formaba parte de la estructura radial de calzadas que los Borbones pusieron en marcha en diferentes fases, junto con las carreteras de Badajoz, Cádiz, Alicante y Francia, a través de Bayona y Perpiñán. El concepto centralizador de esta red viaria, con Madrid como punto de referencia ineludible, ha pervivido hasta el último tercio del siglo XX.

Al margen de estos datos, poco más se conoce sobre el origen del puente, ni siquiera si su construcción coincidió con el reinado de Fernando VI (r. 1746-1759) o con el de Carlos III (r. 1759-1788). Tampoco se sabe quién fue su autor.

Aunque generalmente la obra es atribuida a una iniciativa de Carlos III, algunos investigadores sostienen que fue realizada en tiempos de su predecesor. Ésta es la tesis que defienden Rosario Martínez Vázquez de Parga y Teresa Sánchez Lázaro, quienes, después de analizar la factura del puente, han detectado la presencia de innovaciones técnicas que se introdujeron en España en tiempos de Fernando VI.

Es el caso de sus tajamares en forma de pie de pato, en lugar de los clásicos triangulares, o de los sombreretes gallonados, que también aparecen el Puente de San Fernando, mandado levantar por el citado monarca en 1750. Su conclusión es que pudo ser erigido en una fecha indeterminada comprendida entre 1740 y 1760.

Descripción


Labrado enteramente en sillares de granito, el Puente del Retamar es de rasante horizontal y se apoya sobre siete bóvedas de medio punto, de 8,40 metros de luz. Con respecto al tablero, su anchura es de aproximadamente 6,50 metros.

Las bases en las que se asientan los arcos miden 4,20 metros de ancho y se encuentran custodiadas a ambos lados por tajamares. Los situados aguas arriba son apuntados, mientras que los de aguas abajo son semicirculares y presentan sombreretes gallonados, que se elevan hasta casi tocar la línea de imposta.


Vista del puente, aguas arriba. En esta parte los tajamares son apuntados.

miércoles, 10 de marzo de 2010

La iglesia fortificada de Alpedrete

La Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, de Alpedrete, es una de esas sorpresas que surgen en la Comunidad de Madrid, fuera de las grandes rutas turísticas. Constituye una de las muestras de arquitectura religiosa fortificada de mayor interés de la región, especialmente en lo que respecta a su fachada tardomedieval, su elemento más relevante.



Su origen no está del todo claro. Las lápidas sepulcrales descubiertas durante unas obras efectuadas en el pavimento parecen señalar que fue fundada en el siglo XII o XIII. Al margen de estos restos, poco queda de aquella época, ya que el templo se rehizo a finales del siglo XV o principios del siglo XVI.

Sin embargo, algunos autores apuntan que la construcción pudo ser anterior, dada la tipología de la torre de la fachada principal, muy utilizada a lo largo del siglo XIV. Los investigadores que defienden esta hipótesis sostienen, además, que esta iglesia pudo ser la capilla del desaparecido Palacio de los Condes de Adanero.

La actual advocación a la Asunción de Nuestra Señora se inició en el año 1682, según figura en uno de los documentos escritos más antiguos que se conservan del templo. No hay constancia histórica sobre la veneración anterior, aunque se cree que pudo ser la de Santa Quiteria.


Detalle de la fachada principal, con la espadaña, el matacán a modo de cornisa y el tramo superior de la torre lateral.

Fachada principal

La fachada principal se construyó a imagen y semejanza de la existente en la pequeña iglesia de Navalquejigo, pero con mayores medios y recursos. El resultado es una copia mejorada en todos los sentidos, de mejor fábrica y mayores dimensiones, sin el aire rústico y tosco de aquella.

Hecha enteramente en sillería de granito, destaca por su matacán defensivo, dispuesto, como si fuese una cornisa corrida, en la parte superior. Sobre él se apoya una espadaña con dos vanos de medio punto, que corona el conjunto a modo de frontón clásico.


El templo en una fotografía antigua.

En la parte inferior, se sitúa la portada, formada por un sencillo arco escarzano. Y, a un lado, se eleva una torre cilíndrica, en cuyo interior se aloja una escalera de caracol que permite el acceso al matacán y a la base de la espadaña.

La torre es más estrecha en su base que en sus tramos intermedio y superior. Las diferencias de planta son aprovechadas para crear una línea de imposta, que recorre horizontalmente toda la fachada.

Se configuran así tres cuerpos principales (la espadaña, el espacio limpio situado debajo del matacán y la portada), cuya voluminosidad queda suavizada por la verticalidad de la torre.


La fachada principal guarda muchas similitudes con la iglesia fortificada de Navalquejigo (a la derecha).

Otros elementos

En referencia a los restantes elementos arquitectónicos, resultan menos interesantes que la fachada. Tan sólo hay que mencionar la presencia de bolas de piedra debajo de algunas cornisas, un tipo de ornamentación muy utilizado en tiempos de los Reyes Católicos.

Muchas iglesias de la Sierra de Guadarrama están decoradas de esta forma, caso de las parroquias de Cercedilla, Collado Villalba, Galapagar, Moralzarzal, Navalagamella o Valdemorillo.

El interior se encuentra muy transformado, a raíz de una reforma realizada en el año 1956. Pese a ello, aún se conserva un espléndido artesonado del siglo XVI, instalado en el crucero, así como una pila bautismal de piedra de granito, labrada en el mismo periodo. También se exhibe una talla policromada de San Juan Bautista, del siglo XVI o XVII, si bien ésta procede de una colección particular.


Artesonado del siglo XVI, en una imagen procedente de la 'web' oficial de la Parroquia de Alpedrete.

domingo, 7 de marzo de 2010

Monumentos dedicados al Manzanares



Los madrileños solemos mirar con desprecio al Manzanares, acomplejados porque su escaso caudal no está a la altura de la gran corriente que se le supone a una capital europea.

Aunque nuestra actitud hacia el río es casi siempre despectiva, a veces sacamos pecho por él y terminamos ensalzándolo, como queriendo reparar las muchas afrentas realizadas a lo largo de la historia. Incluso le hemos construido monumentos que le rinden homenaje, por más que parezca increíble.

Que sepamos, existen al menos dos esculturas urbanas en Madrid, que, en un gesto de gratitud, reconocen su contribución a la ciudad. La primera, concluida en 1843, forma parte del Monumento a Felipe IV, situado en el centro de la Plaza de Oriente. La segunda, conocida como la Dama del Manzanares, fue realizada en el año 2003.

Monumento a Felipe IV



La célebre estatua ecuestre de Felipe IV (1634-1640), obra maestra de Pietro Tacca, fue trasladada a la Plaza de Oriente en 1844, procedente del desaparecido Palacio del Buen Retiro.

Con tal motivo, la reina Isabel II (1830-1904) ordenó construir un pedestal monumental que le sirviera de soporte. El encargo recayó sobre los escultores de cámara Francisco Elías Vallejo (1782-1850) y José Tomás (1795-1848).

Dejamos la descripción general de este magnífico conjunto para otra ocasión y nos centramos en la base del pedestal, que es la parte que nos interesa, ya que ahí se ubica una fuente alegórica del Manzanares. Elaborada por José Tomás, imita, a pequeña escala, el planteamiento de la grandiosa Fuente de los Cuatro Ríos, que Bernini labró en 1651 para decorar la Piazza Navona, de Roma.

El Manzanares aparece representado por la figura de un anciano, que yace recostado sobre una vasija. Dos pequeños amorcillos inclinan el recipiente, para que el agua mane y pueda depositarse sobre dos pilas inferiores, con forma de veneras. Entre el anciano y la primera pila se ubica un mascarón, que cumple el mismo cometido, mediante un surtidor que sale de su boca.

Este grupo escultórico está instalado en la cara occidental del Monumento a Felipe IV, enfrentado a la fachada del Palacio Real. Hacia el este, mirando hacia el Teatro Real, existe una segunda fuente, dedicada al río Jarama, que presenta una composición casi idéntica.



La 'Dama del Manzanares'

El segundo homenaje escultórico recibido por el Manzanares llegó en 2003 y tiene forma de cabeza de mujer. El artista valenciano Manolo Valdés (1942), uno de los fundadores del Equipo Crónica, quiso representar a nuestro río mediante un enorme busto femenino de bronce y acero, que las autoridades locales situaron muy cerca de su cauce, dentro del Parque Lineal del Manzanares.



La obra mide 13 metros de alto y pesa aproximadamente 8 toneladas. Preside una colina artificial de 21 metros de altura, conocida como La Atalaya, cuya estructura piramidal fue diseñada por Ricardo Bofill (1939) para servir de mirador del casco urbano, aprovechando la hondonada existente en esta parte de Madrid.

Bautizada con el sugerente nombre de la Dama del Manzanares, simboliza la relación de la ciudad con su río o, expresado a la inversa, del río con su ciudad. De ahí que la dama esté orientada al norte, mirando hacia la urbe que creció junto a sus riberas y que tantas veces le ha vilipendiado.

viernes, 5 de marzo de 2010

¿Nos vendemos bien?



"Cuando cuento a mis amigos que conocen poco o mal España que la ciudad del país que prefiero es sin duda Madrid, la mayoría de ellos se sorprende. Salvo el esplendoroso Museo del Prado y la animación turística en torno a la prestigiosa Plaza Mayor, no parecen haberse enterado de gran cosa en alguna rápida visita a la capital, y se han quedado con la imagen de una gran ciudad, simpática, bien cuidada, pero más bien pobre en monumentos antiguos y, para decirlo todo, bastante anodina".

"Sevilla o Barcelona les dicen más cosas. Sevilla, por el pintoresquismo que se espera de la península desde Mérimée y Pierre Louÿs, con sus recuerdos brillantes del Siglo de Oro, sus gitanos y su exotismo casi de Oriente Próximo. Barcelona, por la majestuosidad de su urbanismo, su patrimonio gótico y modernista, su cultura percibida como más cercana a la nuestra y su aire de soberanía sobre el Mediterráneo, que relega a Marsella, la segunda ciudad de Francia, a un rango provincial".

Philippe Nourry, en La novela de Madrid