jueves, 29 de abril de 2010

La coracha de Buitrago del Lozoya

Regresamos a Buitrago del Lozoya y proseguimos con la visita de los distintos componentes que conforman su formidable recinto amurallado, el más importante de todos los que se mantienen en pie en la Comunidad de Madrid.

En concreto, nos detenemos en la coracha, que, por su excelente estado de conservación, se encuentra entre las de mayor interés histórico-artístico de Europa.

Fue realizada en un periodo indeterminado comprendido entre los siglos XI y XIII, junto con el resto de la muralla. Ésta surgió durante el proceso de repoblación emprendido por la Corona de Castilla, tras la reconquista del centro peninsular. Pese a su origen cristiano, se utilizaron pautas arquitectónicas andalusíes.


Lado septentrional de la coracha de Buitrago.

Una coracha es un elemento defensivo destinado a proteger un enclave situado extramuros, básicamente una fuente de agua, tales como un río, un manantial o un pozo.

Consiste en un muro con adarve, que, a modo de apéndice, comunica el lienzo principal de la muralla con el lugar donde se suministra el agua. En esta parte solía levantarse una "torre del agua", encargada de reforzar aún más el punto de abastecimiento, que, por lo general, quedaba integrado dentro de la estructura.

La célebre Torre del Oro, de Sevilla, ofrece un magnífico ejemplo de esta composición arquitectónica. Fue en su origen una torre albarrana, unida a la muralla hispalense mediante una coracha, desaparecida con la expansión de la ciudad.


Vista meridional de la coracha, con el adarve en la parte superior.

La coracha de Buitrago se levanta al este del recinto amurallado, junto a uno de los vértices del viejo castillo medieval, uniendo el caserío con el río Lozoya, hacia el que se inclina en suave pendiente.

La construcción en 1939 del Embalse de Puentes Viejas anegó el desfiladero que rodea el casco histórico de la villa y, con ello, quedó sumergido parcialmente el extremo oriental de la coracha, el que entra en contacto con las aguas.

También quedó dentro del pantano el Puente de la Coracha, que permitía llegar hasta la Casa del Bosque. Se trata de una villa de recreo edificada por la Casa de los Mendoza a finales del siglo XVI, completamente en ruinas, una de las joyas renacentistas más desconocidas de la región madrileña.

Los restos de este puente pueden verse cuando el embalse baja de nivel. Entre las aguas asoma una enorme mole de piedra, perfectamente alineada con la coracha, que servía de pilar a un tablero de madera.


El Puente de la Coracha a principios del siglo XX.

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martes, 27 de abril de 2010

El patio del antiguo Colegio Imperial


El Colegio Imperial de la Compañía de Jesús fue fundado en 1558, tres años antes de que Madrid se convirtiese en la primera capital permanente de la monarquía española. 

Contó con el mecenazgo de la emperatriz María de Austria (1528-1603), hija de Carlos I y esposa de Maximiliano II, quien donó a la institución jesuítica buena parte de su fortuna.

Gracias a este legado, el prestigioso centro de enseñanza pudo dotarse de un magnífico complejo en la Calle de Toledo, del que destaca principalmente la Colegiata de San Isidro, comenzada en 1622, siguiendo el modelo arquitectónico definido en la Iglesia del Gesú, de Roma.

Pero dejemos para otro momento la visita de este templo, que bien lo merece. En el presente artículo nos vamos a ocupar del edificio colegial, mucho menos conocido, y, más en concreto, de su imponente patio barroco, sin duda alguna, uno de los más bellos de la ciudad.



Descripción artística

El patio fue levantado entre 1679 y 1681, durante el reinado de Carlos II. Es obra de Melchor de Bueras, a quien también se debe la Puerta de Felipe IV, que sirve de entrada al parterre de los Jardines de El Retiro.

Concebido a modo de claustro, presenta un inconfundible trazado barroco. Pese a ello, se aprecian en su composición ciertos rasgos herrerianos, el estilo oficial de los Austrias, que tanto marcó la fisonomía de Madrid a lo largo de todo el siglo XVII.

Es de planta cuadrangular, con dos órdenes superpuestos, y está decorado en su punto central con un sencillo pozo de piedra. La parte inferior está formada por veinte arcos de medio punto, mientras que, en la superior, se suceden otros tantos balcones adintelados, cerrados con verjas de hierro.



La influencia herreriana es especialmente palpable en el piso bajo, de gran austeridad, como prueban las simples pilastras en las que se sostienen los arcos, embellecidas sobriamente mediante molduras lisas.

Los únicos excesos ornamentales de esta planta se encuentran en los medallones que aparecen en la piedra clave de cada arco, donde hay esculpidas unas águilas bicéfalas. Originariamente tenían inscrito el anagrama JHS, pero su dibujo ha ido desapareciendo con el paso del tiempo, si bien en algunos de ellos todavía son visibles.



La planta alta, por su parte, se caracteriza por un marcado movimiento, típico del barroco evolucionado. Los balcones aquí situados descansan sobre una cornisa profusamente decorada. Están rodeados de varias molduras quebradas, que encierran, en el remate, un adorno escultórico de formas curvas. En la coronación asoma una cornisa saliente, apoyada sobre cinco soportes cúbicos.

Mención aparte merece la cornisa que rodea la parte superior del conjunto, donde se reúne el mayor número de ornatos de todo el patio. Nos recuerda a la existente en la Capilla de San Isidro, del complejo parroquial de San Andrés, donde intervinieron arquitectos como Pedro de la Torre, José de Villarreal y Juan de Lobera.

En el patio tiene su origen la Gran Escalera, llamada así por ser el corredor desde el que se distribuían las diferentes dependencias del Colegio Imperial. Y empleamos el tiempo pretérito con toda la intención, ya que actualmente esta escalera monumental no conduce a ninguna parte. Quedó sin función tras la remodelación llevada a cabo en los años sesenta del siglo XX.

Enfrentada a ella, se sitúa el acceso a la biblioteca, que, en su momento, fue una de las más importantes de España, sobre todo cuando Carlos III dio la orden de reunir en el Colegio Imperial los fondos bibliográficos de todos los centros jesuíticos de Madrid.

Hoy día apenas quedan libros antiguos, excepción hecha de unos cuantos ejemplares de finales del siglo XVII y del siglo XVIII.

Un instituto de educación secundaria


El antiguo Colegio Imperial en una fotografía anterior a la Guerra Civil. Por entonces, las torres de la Colegiata de San Isidro no estaban culminadas.

El Colegio Imperial reemplazó al Estudio Público de Humanidades de la Villa, la vieja institución de enseñanza creada por Alfonso XI en 1346, donde estuvo matriculado Miguel de Cervantes.

Al mismo tiempo, dio cabida a diferentes fundaciones académicas que terminaron absorbiéndolo. Es el caso de los Reales Estudios de San Isidro y del Seminario de Nobles, surgidas en 1627 y en 1725, respectivamente.

En el edificio de la Calle de Toledo, estuvo instalada la Universidad Complutense, cuando fue trasladada desde Alcalá de Henares a Madrid, en el año 1836. En la actualidad, tiene su sede el Instituto de Educación Secundaria de San Isidro, dependiente de la Comunidad de Madrid.

viernes, 23 de abril de 2010

Tras los pasos de Cervantes en Madrid


Tal día como hoy era enterrado Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) en el Monasterio de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, de Madrid.

En homenaje a este genio, uno de los más grandes literatos de la historia, más de cien países celebran cada 23 de abril el Día Internacional del Libro. 

Efemérides que también se hace extensible a William Shakespeare, cuya muerte, acaecida el 3 de mayo de 1616, tradicionalmente se ha hecho coincidir con la del escritor alcalaíno, por su equivalencia con el calendario juliano, que por entonces estaba vigente en el Reino Unido.

Aunque, para ser exactos, Cervantes no falleció el 23 de abril de 1616, como popularmente se cree, sino una jornada antes. Esta fecha se corresponde, en realidad, con el día en que recibió sepultura en el convento antes señalado, donde profesaba como religiosa su hija Isabel.

Recordamos en el presente artículo la figura de Miguel de Cervantes, buscando las huellas de su paso por Madrid, la ciudad donde cursó estudios de joven, vivió buena parte de su vida, fueron impresas casi todas sus obras y, como hemos visto, tuvo lugar su fallecimiento, hace hoy exactamente 394 años y un día.

El Estudio de la Villa

Se sabe que en 1566 Cervantes estaba establecido en Madrid, donde se había matriculado en el Estudio de la Villa, la vieja fundación académica creada por el rey Alfonso XI en 1346. Aquí tuvo como maestro al humanista Juan López de Hoyos (1511-1583), catedrático de gramática y regente de la citada institución.

En 1569, López de Hoyos publicó un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II, donde incluyó tres poemas de Cervantes, al que se refería como "nuestro caro y amado discípulo".

Hoy no queda nada del Estudio de la Villa. En el lugar en el que estuvo su sede, ubicada en la Calle de la Villa -una pequeña vía cercana al viaducto-, se levanta un inmueble decimonónico, en cuya fachada hay colocada una placa conmemorativa, que recuerda el paso de Cervantes.

Fue instalada en 1870, a partir de una iniciativa de Ramón de Mesonero Romanos, que costeó la Condesa de la Vega del Pozo, la dueña del edificio del siglo XVI que dio cobijo a este centro de enseñanza.

En ella figura el siguiente texto: "Aquí estuvo en el siglo XVI el Estudio Público de Humanidades de la Villa de Madrid, que regentaba el maestro Juan López de Hoyos y al que asistía como discípulo Miguel de Cervantes Saavedra".


Calle de la Villa, número 2.

La casa de Cervantes

Cervantes no tuvo una única casa en Madrid, sino varias. Hay constancia de que, en febrero de 1608, el escritor residía en la zona de Atocha y que, en 1609, se trasladó a la Calle de la Magdalena.


Calle de las Huertas, número 18, donde estuvo una de las casas madrileñas de Cervantes.

Posteriormente se estableció en el hoy conocido como Barrio de las Letras, de donde no salió, a pesar de que se cambió cuatro veces de vivienda. En un primer momento habitó en la Calle del León, después en el actual número 18 de la Calle de las Huertas, más tarde en la Plaza de Matute y, finalmente, de vuelta a la Calle del León.

Nos detenemos en esta última morada, pues es aquí donde murió. Decir que fue derruida no es motivo de sorpresa, dada la facilidad con que en Madrid nos hemos llevado por delante monumentos y lugares históricos.

Estuvo situada en la manzana 228, en la esquina con la Calle de Francos, y desapareció en 1833, a pesar de la oposición de Mesonero Romanos (otra vez el gran Mesonero), quien dio la voz de alarma publicando un artículo en La Revista Española, titulado La casa de Cervantes.

El escrito llamó la atención del mismísimo Fernando VII, quien dispuso que el Estado comprara el inmueble para conservarlo. Pero de nada valió su propuesta, cursada a través del Comisario General de la Cruzada, Manuel Fernández Valera, y en la que también mediaron el Ministro de Fomento y el Alcalde de Madrid.

Al final, el propietario del bloque, Luis Franco, procedió a su derribo, motivado más por la especulación inmobiliaria que por cualquier consideración cultural. Sobre el solar fue construido un edificio de apartamentos, que es el que ha llegado hasta nosotros.

Fuere como fuere, lo ocurrido con la casa en que murió Cervantes es un buen ejemplo de lo que se ha venido haciendo en Madrid con las viviendas de personajes célebres. La consigna parece ser "primero derribamos y después ponemos la placa".

Así sucedió. El 13 de junio de 1834, un año después de la lamentable demolición, fue inaugurada una lápida conmemorativa, realizada en mármol de Carrara por Esteban Ágreda. En ella puede leerse en letras de bronce la siguiente leyenda: "Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo ingenio admira el mundo. Falleció en MDCXVI".

Poco después, la Calle de Francos fue rebautizada con el nombre de Cervantes, a instancias del alcalde, el Marqués de Pontejos.


Calle de Cervantes, número 2, donde murió el escritor.

La imprenta de Juan de la Cuesta

Con excepción de la novela La Galatea (1585), impresa en Alcalá de Henares, los restantes libros cervantinos fueron publicados, en sus primeras ediciones, en la ciudad de Madrid.

Por su relevancia, nos interesa especialmente El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, que vio la luz en 1605 en la imprenta de Juan de la Cuesta. La impresión se hizo con muy pocos medios, con un papel bastante pobre y tosco, fabricado a orillas del río Lozoya, en la Cartuja de Santa María de El Paular.

A diferencia del Estudio de la Villa y de la casa de la Calle del León, en este caso no hay que hablar de demolición. El edificio original, emplazado en la Calle de Atocha, número 87, ha llegado hasta nuestros días en un buen estado de conservación. Toda una suerte, habida cuenta la cantidad de lugares históricos que han desaparecido en Madrid.

Fue construido entre 1592 y 1620 como un pequeño centro sanitario, conocido con el nombre del Hospitalillo de los Incurables del Carmen. En 1981 recibió la declaración de Monumento Histórico-Artístico de carácter nacional y, desde 2005, pertenece a la Sociedad Cervantina de Madrid, fundada en 1953, que tiene el propósito de crear un museo sobre el escritor.

El 9 de mayo de 1905 fue inaugurada una lápida de bronce y piedra, diseñada por el escultor Lorenzo Coullaut Valera, que decora la fachada principal del inmueble. Consiste en un relieve escultórico, alusivo a una escena de El Quijote, debajo del cual figura el siguiente texto:

"Aquí estuvo la imprenta donde se hizo en 1604 la edición príncipe de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, compuesta por Miguel de Cervantes Saavedra y publicada en mayo de 1605. Conmemoración MDCCCCV".


Calle de Atocha, número 87.

La segunda parte de El Quijote se editó en 1615, igualmente en la imprenta de Juan de la Cuesta, que, en aquel año, ya no se encontraba en Atocha, sino en un local situado en la confluencia de las calles de San Eugenio y Santa Isabel. Lamentablemente, la construcción primitiva no se conserva.

Una lápida rectangular, realizada en 1905 también por Coullaut, recuerda aquel momento con esta leyenda: "En el solar que ocupa esta casa, estuvo en el siglo XVII la imprenta de Juan de la Cuesta, donde se hizo en 1615 la edición príncipe de la segunda parte de El ingenioso caballero D. Quijote de La Mancha, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra. Conmemoración en 1905".


Calle de San Eugenio, número 7.

Monasterio de las Trinitarias Descalzas

El 23 de abril de 1616, los restos mortales de Miguel de Cervantes fueron conducidos desde su morada en la Calle del León hasta el cercano Monasterio de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, emplazado en la Calle de Cantarranas (en la actualidad, de Lope de Vega).

El cadáver fue portado por franciscanos de la Orden Tercera, donde había profesado el escritor, siguiendo la costumbre de la congregación de atender, recoger y acompañar al 'hermano' muerto.

Fue enterrado humildemente, vestido con un modesto sayal de mortaja y con la cara descubierta. Su sepultura no tenía ni lápida, ni ningún tipo de indicación que le identificase.

Lamentablemente, no hay rastro de sus huesos. Desaparecieron durante las obras de reforma y ampliación llevadas a cabo en el convento, pocos años después de la muerte del literato.

Aunque ha habido algunos intentos de búsqueda -en concreto, durante el reinado de José I y en la década de los cuarenta del siglo XX-, Cervantes se suma a la larga lista de personalidades españolas de las que no se sabe nada sobre sus restos mortales.

En este sentido, recomendamos la lectura del artículo Las tumbas perdidas de nuestros hombres ilustres, realizado por Bélok, que podéis encontrar en el blog Viendo Madrid, que tanto admiramos.

Así que nos tenemos que conformar con la consabida placa conmemorativa, que fue colocada en en el año 1869 en la fachada del monasterio, a instancias de la Real Academia de la Lengua. De todas las lápidas madrileñas que recuerdan la figura cervantina, ésta es, sin duda, la más monumental, con una altura de 3,5 metros y 2,5 de ancho.

Fue realizada en mármol italiano por el escultor aragonés Ponciano Ponzano y en ella podemos leer este texto: "A Miguel de Cervantes Saavedra, que por su última voluntad yace en este convento de la Orden Trinitaria, a la cual debió principalmente su rescate la Academia Española. Cervantes nació en 1547 y falleció en 1616".


Calle de Lope de Vega, número 18.

Otros elementos conmemorativos

El recorrido por los lugares más directamente relacionados con la vida y obra de Miguel de Cervantes puede completarse con otros puntos, donde hay instalados diferentes elementos conmemorativos que le rinden homenaje, aunque fuera del entorno en el que se movió el escritor.

No es el momento de detenernos en ellos, pero sí que queremos enumerar las cuatro estatuas cervantinas existentes en Madrid. La más célebre es, sin duda, la situada en la Plaza de España, donde el literato aparece rodeado de los personajes de sus novelas, dentro de un conjunto monumental inaugurado en 1916, en el tricentenario de su fallecimiento.

Menos conocida es la escultura de la Plaza de las Cortes, levantada en 1835, recientemente de actualidad por el descubrimiento de una "cápsula del tiempo" durante las obras que se están llevando a cabo en la Carrera de San Jerónimo (que, por cierto, mucho nos tememos que llevan camino de ser un nuevo granitazo).

La tercera escultura se encuentra en la Biblioteca Nacional, en el Paseo de Recoletos. Data del año 1892 y flanquea la entrada principal de este edificio, junto a Lope de Vega, Antonio de Nebrija y Luis Vives.

La última estatua es una obra reciente de Luis Sanguino, autor de los motivos escultóricos que decoran las puertas de la Catedral de la Almudena. Fue erigida en mayo de 1999 en la Avenida de Arcentales, en el Barrio de Las Rosas.


Detalle del Monumento a Cervantes, en la Plaza de España.

miércoles, 21 de abril de 2010

Nuevo Baztán (2): palacio-iglesia y conjunto urbanístico

El gran punto de referencia de Nuevo Baztán es el palacio-iglesia donde vivió Juan de Goyeneche, alrededor del cual gravita el trazado urbanístico de todo el complejo. Se trata, en realidad, de dos edificios contiguos que, por la armonía de su composición y proporcionalidad, conforman una única estructura arquitectónica y visual.

El palacio


Vista de la residencia palaciega.

El palacio está levantado a dos alturas y es de planta rectangular. Su fachada principal se organiza simétricamente alrededor de una portada de esquinas dobladas, enmarcada con el típico baquetón del barroco madrileño. Ésta recorre el muro de arriba a abajo, dando cobijo a una puerta y a un balcón, que se cierra mediante una barandilla de hierro forjado.


Relieve con las armas del Valle de Baztán.

Dos escudos heráldicos adornan la entrada. El primero, situado justo encima de la puerta, consiste en un tablero de ajedrez, que cuelga de las fauces de un león, en alusión al Valle de Baztán, en Navarra.

En el segundo, que corona la parte superior, se exhiben las armas del Condado de Saceda, uno de los títulos nobiliarios conseguidos por Juan de Goyeneche para sus heredederos. Fue instalado después de que se construyera el palacio.

Una torre cuadrangular, situada en el ángulo noroccidental, rompe la simetría de la fachada, pero, al mismo tiempo, introduce un elemento de compensación con respecto a los volúmenes de la iglesia, que dominan el extremo opuesto. La remata una balaustrada de piedra, con cornisa saliente y acroteras.


Torre del extremo noroeste y entrada principal del palacio.

Aunque los adornos se concentran preferentemente en la portada y en la torre, existen otros ornamentos en otras partes de la fachada, que refuerzan el movimiento de las líneas y de las formas. Es el caso de las molduras ondulantes que contornean los vanos y de la cornisa plana que separa las dos plantas del edificio.

En cuanto al interior, las distintas dependencias se distribuyen en torno a un patio rectangular, al que asoman dos galerías de arcos de medio punto. Éstas quedan unidas mediante una escalera monumental, que recuerda a la existente en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, realizada igualmente por Churriguera, como se ha comentado anteriormente.

La iglesia


Fachada de la Iglesia de San Francisco Javier.

La iglesia se comunica con el palacio a través de un acceso directo que arranca del coro. Está consagrada a San Francisco Javier, uno de los patrones de Navarra, de donde era originario Juan de Goyeneche.

Es el edificio donde se hace más visible la influencia herreriana, no sólo por la presencia de los inconfundibles chapiteles de pizarra, tan característicos de este estilo, sino también por el predominio de formas geométricas puras. Ello no excluye que aparezcan numerosos motivos ornamentales.

Su fachada parte de un planteamiento muy clasicista, con un cuerpo central coronado con un frontón recto y dos torres escurialenses de 27,5 metros de altura cada una, flanqueando los lados. Este aire clásico se quiebra en la portada, por su estructuración en varios planos y por el dinamismo que cobran los diversos elementos arquitectónicos que la integran.

Entre éstos, cabe señalar las cuatro columnas corintias que definen el contorno, el arco de medio punto con moldura que se aloja entre las mismas, la hornacina central -donde se ubica una escultura de San Francisco Javier- y los aletones con pináculos.


Portada de la iglesia.

En el interior, hay que destacar el retablo mayor, obra también de Churriguera. Al igual que ocurre con la fachada, en su composición subyace un esquema clasicista, que queda desdibujado por el efecto escenográfico del cortinaje que rodea a la estructura central, realizada en mármol rojo. Aquí descansan dos grupos escultóricos alusivos al santo navarro, una estatua y un medallón donde se representa una escena de su vida.


Retablo mayor (fotografía de Ars Summum).

Conjunto urbanístico

El complejo agrícola e industrial de Nuevo Baztán consta de seis manzanas de casas, distribuidas ortogonalmente alrededor del palacio-iglesia. Tres grandes plazas, lindantes con alguna de las caras de este edificio, canalizaban la vida pública de los vecinos y trabajadores.


Fuente de los Tritones, en la Plaza Mayor o de la Iglesia.

Hacia el oeste se sitúa la Plaza Mayor, también llamada de la Iglesia o del Jardín. Ocupa el espacio más noble del pueblo, a los pies de la fachada principal de la residencia palaciega y de espaldas a las arboledas de La Campa, que se conservan parcialmente.

En plena consonancia con esta función referencial, se encuentra adornada con jardines y distintos motivos ornamentales, entre los que destaca la Fuente de los Tritones.

La Plaza del Mercado, la más pequeña de los tres recintos señalados, se extiende hacia el sur. Como su propio nombre indica, en ella tenían lugar los mercados de abastos. En su punto central hay instalada una fuente, construida en época reciente en estilo rural.


Fuente de la Plaza del Mercado.

Por último, la Plaza de las Fiestas o de Toros se ubica junto a la fachada posterior del palacio-iglesia. Es un espacio cerrado, al que se accede mediante dos puertas, conformadas por arcos de medio punto, que se abren en la parte occidental y meridional. En este lugar se celebraban los actos sociales y los festejos taurinos.

Sus lados norte y este están delimitados por las Casas de Oficios, que enfrentan a la plaza una hermosa galería de arcos.


Casas de Oficios, situadas en la Plaza de las Fiestas.


Puerta meridional de la Plaza de las Fiestas.

Véase también

martes, 20 de abril de 2010

Nuevo Baztán (1): historia y descripción



Nuevo Baztán es un pequeño municipio de la zona sudeste de la Comunidad de Madrid, heredero de una de las más fascinantes iniciativas que hayan tenido lugar a lo largo del siglo XVIII.

Fue fundado por Juan de Goyeneche (1656-1735), un editor, periodista, empresario y político navarro, que propugnó la renovación económica, cultural y científica de España mediante el reformismo.

Su espíritu inquieto y afán de modernidad quedaron plasmados en este innovador complejo agrícola e industrial, con el que se introducía en España el colbertismo, una teoría económica de origen francés que defendía el proteccionismo de los mercados.

Se trataba de su gran obra, donde depositó todas sus energías y entusiasmo. Aquí estableció su residencia familiar y, como recuerdo de su tierra natal, decidió bautizar el lugar con el nombre de la comarca pirenaica en la que había nacido.

Un poco de historia

Nuevo Baztán surgió en 1713 en el Bosque del Acevedo, una extensa finca perteneciente al término de Olmeda de las Cebollas (hoy día, Olmeda de las Fuentes), la misma población donde Goyeneche había puesto en marcha, tres años antes, una fábrica de paños que tenía empleadas a 800 personas.

Fue la primera de una larga serie de factorías que abarcaban campos tan heterogéneos como los cristales, los vidrios, los sombreros, las pieles, las sedas, las lanas, los aguardientes y las municiones. A lo que se añadía una intensa actividad agrícola, con los olivos y viñedos como plantaciones más destacadas.


Nuevo Baztán en un grabado de mediados del siglo XIX.

El complejo alcanzó su mayor esplendor entre 1719, cuando Goyeneche consiguió del Estado privilegios fiscales para sus manufacturas, haciendo honor a las corrientes colbertistas, y 1723, año en el que el floreciente pueblo consiguió entidad jurídica propia, independizándose de Olmeda de las Cebollas.

La decadencia sobrevino con el fallecimiento de Juan de Goyeneche, en 1735. A partir de ahí se inició una lenta agonía que se extendió hasta 1778, cuando cerró la última de las fábricas.

Todo este prodigio ha llegado hasta nosotros en un delicado estado de conservación, a pesar de las intervenciones llevadas a cabo por las distintas administraciones, muy insuficientes, fruto de las cuales fue creado en el año 2003 el Centro de Interpretación de Nuevo Baztán. Demasiado poco para una de los recintos monumentales más relevantes de la región madrileña.

Una obra maestra del barroco

Juan de Goyeneche encargó el proyecto urbanístico al arquitecto y retablista José Benito de Churriguera (1665-1725), quien ideó un conjunto que, tomando como núcleo central el palacio donde vivía el promotor y la iglesia anexa al mismo, quedaba estructurado en tres grandes plazas y diferentes calles de trazado hipodámico, donde estaban las fábricas y las viviendas.


Estatua de Juan de Goyeneche, junto al Centro de Interpretación de Nuevo Baztán.

A pesar de la diversidad de edificios y las distintas funcionalidades de los mismos, el complejo estaba concebido unitariamente, a modo de cortijo-pueblo, con todas las estructuras comunicadas entre sí, siguiendo un principio de interdependencia.

Estamos ante una de las tres obras arquitectónicas de Churriguera que se conservan en la comunidad autónoma y, sin duda, la que ha sufrido menos transformaciones.

La Iglesia de San Cayetano, en la Calle de Embajadores, tuvo que ser reconstruida tras el incendio acaecido en 1936, del que sólo se salvó la fachada. Y, por su parte, el inmueble que acoge a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fue tan modificado por Juan de Villanueva que apenas quedan rastros del trabajo original.

En contra de lo que pueda pensarse, Nuevo Baztán no ejemplifica el estilo churrigueresco que el autor y sus hermanos, también arquitectos, popularizaron en el primer tercio del siglo XVIII. Si bien el conjunto se halla profusamente decorado, uno de los rasgos identificativos de la citada corriente artística, la influencia herreriana es palpable en la composición arquitectónica.

Incluso pueden verse paralelismos con el desaparecido Palacio del Buen Retiro (1632-1640), de Alonso Carbonell, del que parece tomar prestada su configuración en grandes plazas, donde se ordenan las distintas construcciones, a partir del principio de interdependencia, antes señalado.


Véase también

Nuevo Baztán (2): palacio-iglesia y conjunto urbanístico

domingo, 18 de abril de 2010

Bañarse en el Manzanares (1)



Aunque hoy día resulta inimaginable que alguien pueda bañarse en el Manzanares, a su paso por la capital, esta práctica estuvo muy arraigada entre los madrileños hasta los años setenta del siglo XX.

La costumbre de bañarse en el río no desapareció cuando se pusieron en marcha las primeras piscinas públicas, sino que se popularizó aún más, al construirse la mayoría de ellas en sus riberas. Es el caso de la singular Piscina de la Isla (1931), que estuvo ubicada junto al Puente del Rey.

Los baños en el cauce del río pervivieron incluso cuando abrió sus puertas la Playa de Madrid (1932), considerada la primera playa artificial de España, y eso que este complejo, levantado alrededor de un embalse artificial, en las inmediaciones del Hipódromo de la Zarzuela, surgió como una alternativa popular a la elitista Piscina de la Isla.

Tampoco cesaron, décadas después, con la inauguración del Parque Sindical (1955), que llegó a ser conocido como el "charco del obrero", por sus precios realmente bajos.

En aquellos años, no todo el mundo podía permitirse el lujo de pagar una entrada, ni siquiera en unas instalaciones que, como éstas, estaban dirigidas a las clases humildes.

Podemos comprobar esta afición al baño en las siguientes imágenes, que comprenden un largo periodo, desde 1901 hasta 1973, en el que nuestro aprendiz de río jugó un papel fundamental en la vida de la ciudad, como elemento recreativo y de disfrute.

La mayoría de ellas están localizadas en áreas no urbanizadas, como Puerta de Hierro y El Pardo, las que los madrileños elegían en primera instancia por la mayor calidad de las aguas y la existencia de parajes naturales, idóneos para el esparcimiento.

Pero, sorprendentemente, también hemos encontrado fotografías de bañistas en tramos del río situados en el propio casco urbano.



Año 1901. Varios niños se dan un chapuzón junto al Puente del Rey.



Año 1905. Un grupo de niños se refresca en las charcas del río, con el Palacio Real como telón de fondo.



Año 1917. El escaso caudal del río no es impedimento para el baño.



Año 1917. Cuando el río se remansaba era posible incluso tirarse al agua.



Año 1931. Foto familiar en el entorno del Puente de los Franceses.



Año 1935. Bañistas bailando en las riberas del río.



Año 1951. Un grupo de niños se baña en las cercanías del Puente de Segovia, aprovechando la primera canalización de la que fue objeto el Manzanares, llevada a cabo entre 1914 y 1925.



Año 1954. Bañistas en el Manzanares, a su paso por los actuales Viveros de la Villa.



Año 1954. Baño a los pies del Puente de los Franceses.



Año 1954. Tres jóvenes posan junto al río, en las inmediaciones de Puerta de Hierro.



Año 1962. La gente desatiende la prohibición y se baña en unas peligrosas pozas en la zona de Somontes, abiertas después de unas excavaciones.



Año 1973. Padre e hija en las riberas del Manzanares, a su paso por el Monte de El Pardo. Aún hoy pueden verse bañistas en los meses de verano, justo en este punto del curso del río.

miércoles, 14 de abril de 2010

Cuatro puertas fuera de contexto

Nos detenemos en esta ocasión en cuatro puertas monumentales, que tienen como denominador común ser supervivientes. Consiguieron salvarse de la piqueta, tal vez milagrosamente, y a cambio tuvieron que pagar el precio de quedar fuera de contexto o, mejor dicho, de asumir un entorno muy diferente al del momento de su construcción.

Portada del Hospital de La Latina



La portada gótica del Hospital de la Concepción de Nuestra Señora quedó fuera de contexto cuando, en 1904, fue demolido el edificio al que daba acceso. Después de varias décadas olvidada en los depósitos municipales, fue trasladada en los años setenta del siglo XX a los jardines de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, en la Ciudad Universitaria.

Al menos, tuvimos la suerte de que fuera rescatada, junto con una bella escalera gótica, que terminó instalada en una de las casas de los Lujanes de la Plaza de la Villa. Algo inusual en una ciudad tan aficionada a llevarse por delante monumentos y restos arqueológicos.

El hospital estaba en la Calle de Toledo, donde ahora se levanta la tienda de disfraces de Caramelos Paco. Fue creado en 1499 por Beatriz Galindo (1465-1534), a la que todo el mundo llamaba La Latina por sus elevados conocimientos del latín, apodo que, a la postre, fue el que se impuso a la hora de designar a la institución hospitalaria.

Del primitivo deambular de enfermos y personal sanitario, la puerta acoge en la actualidad un continuo trasiego de profesores y estudiantes, que la asedian aparcando sus motos bajo su arco apuntado y sus coches delante del frontal.

En su emplazamiento actual, muy alejado del casco histórico donde fue levantada, pasa desapercibida para la mayoría de turistas que visitan nuestra ciudad, pero tampoco muchos madrileños saben de su existencia.

Arovechamos la ocasión para expresar nuestro deseo de que la puerta pudiera regresar al centro de Madrid, a un enclave donde luzca como merece, acorde con su enorme importancia histórico-artística.

Puerta de la muralla



Esta sencilla puerta, que formó parte de la antigua muralla cristiana de la villa, puede verse en el sótano de un restaurante de comida americana, situado en la Plaza de Isabel II.

La función militar para la que fue creada ha dejado paso, varios siglos después, a un ambiente ruidoso y festivo, en el que no tienen cabida ni asaltos ni defensas. Y los centinelas que la flanquearon durante la Edad Media, en alerta ante posibles incursiones musulmanas, han sido sustituidos por bulliciosos comensales que pasan junto a ella, a veces sin darse cuenta de su existencia, en busca de los aseos.

Aunque la muralla fue levantada entre los siglos XI y XII, cabe suponer que la portada tenga un origen posterior. Algunos investigadores, como José Manuel Castellanos, autor de la estupenda web El Madrid medieval, sostienen que pudo ser construida en época tardomedieval, tras una posible remodelación del recinto amurallado.

Los restos que se conservan consisten en un un arco de medio punto, hecho en ladrillo, que se abre en un lienzo de mampostería de sílex, de 2,5 metros de alto y 3 metros de longitud.

Portada de San Luis Obispo



La portada barroca que vemos en la fotografía también está fuera de contexto, aunque no tanto como las dos puertas anteriores. A pesar de que, como éstas, también fue trasladada, no cambió tan radicalmente de ambiente, de tal modo que continúa vinculada al mismo entorno religioso en el que vio la luz.

Se trata de la entrada principal de la desaparecida Iglesia de San Luis Obispo, que estuvo emplazada en la Calle de la Montera hasta el 13 de marzo de 1935, cuando sucumbió pasto de las llamas. Lo único que se salvó fue la portada, instalada desde el año 1950 en la fachada septentrional de la Iglesia del Carmen, situada muy cerca de la Puerta del Sol.

Aunque suele permanecer cerrada, ya que el acceso al templo se realiza desde la Calle del Carmen, la portada sigue participando del mismo ámbito eclesiástico de cuando estuvo en la Montera, al que se le añade en la actualidad una dimensión turística que, en aquel entonces, ni se sospechaba que pudiera aparecer. Feligreses y turistas comparten, a partes iguales, el día a día de la puerta.

La Iglesia de San Luis Obispo se construyó en la segunda mitad del siglo XVII, pero la portada que ahora mismo luce en la Iglesia del Carmen fue realizada en 1714 por Francisco Ruiz. Está presidida por una escultura del santo titular, hecha en piedra de caliza por Pablo González Velázquez.

Portada de la Capilla del Monte de Piedad



La cuarta y última puerta que traemos a colación cambió su contexto religioso original por el mundo de las finanzas. Desde 1733, cuando fue construida por Pedro Ribera, hasta los años sesenta del siglo XX, cuando estrenó un nuevo emplazamiento, fue la entrada de la capilla anexa al Monte de Piedad.

Esta institución se fundó en 1702, a partir de una iniciativa de Francisco Piquer, que contó con el apoyo del rey Felipe V. Tenía su sede en un edificio barroco situado en la Plaza de las Descalzas Reales, que fue demolido para construir en su solar una de las sedes de Caja de Madrid.

La portada de la capilla consiguió salvarse de la piqueta y fue llevada unos metros más allá de su ubicación original. Está encajada en la fachada trasera del inmueble de la entidad bancaria, mirando hacia el Monasterio de las Descalzas. Y, como las tres anteriores puertas, se encuentra fuera de contexto.

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La serie "Las otras puertas de Madrid" consta de estos otros reportajes:
- La Puerta de Felipe IV
- La Puerta Real

martes, 13 de abril de 2010

La Fuente de los Tritones


Fotografía del Ayuntamiento de Madrid.

La Fuente de los Tritones es uno de los elementos ornamentales más destacados del Campo del Moro. Realizada en estilo barroco probablemente en la primera mitad del siglo XVII, se encuentra entre las fuentes monumentales más antiguas que se conservan en Madrid.

Sólo le superan en antigüedad la Fuente de los Caños Viejos, de la que se mantienen en pie un muro del siglo XVI y un escudo de mediados del XVII, y la Fuente de los Caños del Peral, labrada en el siglo XVI, aunque reedificada en 1625, cuyos restos han sido recientemente descubiertos a diez metros bajo tierra en la Plaza de Isabel II.

Dejamos al margen de este debate a la Fuente de Orfeo, en la Plaza de la Provincia, al tratarse de una réplica moderna de la primitiva construcción de 1629, diseñada por Juan Gómez de Mora.

Estamos ante uno de los monumentos más desconocidos de la capital. A ello contribuye su emplazamiento en una zona del Campo del Moro, a los pies mismos de la fachada occidental del Palacio Real, a la que está prohibido el paso, por cuestiones de seguridad.

De tal modo que sólo es posible contemplarla a lo lejos, alzando la vista desde las Praderas de las Vistas del Sol, el gran paseo en pendiente que atraviesa, de este a oeste, el Campo del Moro. O desde la Cuesta de San Vicente, también lejanamente, asumiendo el riesgo de que algún agente te llame la atención por estar parado cerca de un recinto de acceso restringido.

Por todas estas razones, ilustramos el presente reportaje con fotografías que hemos tomado prestadas del Ayuntamiento de Madrid, contrariamente a nuestra costumbre de utilizar material gráfico de elaboración propia, siempre que sea posible.


La Fuente de los Tritones está situada justo delante a la fachada occidental del Palacio Real, en una zona a la que está prohibido acceder. Fotografía del Ayuntamiento de Madrid.

A esta fuente a menudo se la confunde con la de las Conchas (h. 1776), situada unos metros más abajo, en el centro de las Praderas de las Vistas del Sol. Es fácil entender este equívoco, no sólo por la proximidad geográfica, sino también porque ambos conjuntos comparten una composición similar, a modo de frutero, y los mismos motivos escultóricos, tales como la figura mitológica del tritón.

Existe otro paralelismo y es que las dos fuentes son importadas. La de los Tritones llegó a Madrid procedente del Real Sitio de Aranjuez, mientras que la de las Conchas fue traída desde el Palacio del Infante don Luis, de Boadilla del Monte.

Historia

No existen muchos datos sobre el origen de la Fuente de los Tritones, aunque, dadas sus características formales, se piensa que fue hecha en Italia. Algunos autores datan su construcción a finales del siglo XVI, una fecha que se nos antoja muy temprana, teniendo en cuenta que las corrientes barrocas no se forjaron hasta el siglo XVII.


En esta pintura anónima, Carlos II aparece retratado de niño, con la Fuente de los Tritones de fondo, cuando ésta todavía adornaba los jardines de Aranjuez.

La máxima concreción a la que podemos llegar es que el monumento es anterior a 1657, fecha en la que aparecen sus primeras reseñas históricas, dada su tipología y factura, muy utilizada en Italia en la primera mitad del siglo XVII.

Se sabe que, en el citado año, fue colocada en el Jardín de la Isla, de Aranjuez. La instalación corrió a cargo del arquitecto real José de Villarreal (h. 1610-1662), que, por entonces, estaba dirigiendo las obras de remodelación y mejora de estos jardines históricos, diseñados hacia 1560-1565 por Juan Bautista de Toledo. Villarreal cumplía así los deseos del rey Felipe IV (r. 1621-1665) de rematar el extremo noroeste del recinto con algún elemento decorativo.

En su ubicación original, la fuente adornaba una plazoleta, cerrada mediante una tapia, que estaba próxima al Tajo y a la ría artificial, a través de la cual se comunicaba la Calle de Madrid con las Huertas de Picotajo. Pero, en tiempos de Felipe V (r. 1700-1746), fue trasladada a un nuevo enclave del jardín, denominado La Isleta.

Éste consistía en un parterre -levantado, a modo de apéndice, sobre el cauce del río-, en el que había siete estanques, en uno de los cuales fue situada la fuente. Se construyó entre 1731 y 1737, a partir de un diseño del ingeniero francés Esteban Marchand, terminado, tras su muerte, por Leandro Bachelieu.

La fuente permaneció en este lugar hasta 1845, cuando fue desmontada y llevada al Campo del Moro de Madrid, según las directrices marcadas por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer, dentro de su proyecto de ordenación del Campo del Moro, firmado en 1844. Junto a ella, tal y como se ha dicho, también fue trasladada la Fuente de las Conchas.

Descripción

La fuente, de clara inspiración italiana, se estructura en tres cuerpos principales, separados entre sí por dos vasos de planta circular, de tamaños muy desiguales. A estos elementos se añade un pilón en origen cuadrangular, sustituido, durante el último traslado del monumento, por otro redondo.


En este dibujo correspondiente al largo periodo en el que la fuente estuvo en Aranjuez, puede verse el desaparecido pilón cuadrangular en el que estaba asentaba.

En el centro del pilón hay instalada una plataforma circular de tres gradas, que van reduciendo su diámetro conforme se va ganando en altura. Sobre la grada superior descansan tres tritones mitológicos, en actitud andante, que portan sobre el hombro una vasija, ayudándose con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho sostienen un escudo.


Uno de los tres tritones que dan nombre a la fuente. Fotografía del Ayuntamiento de Madrid.

Las tres estatuas de tritones rodean un vástago central, alrededor del cual se disponen figuras femeninas, que sujetan cuernos de la abundancia y mascarones. Junto a sus cabezas, asoman bustos masculinos barbados, así como adornos florales y frutales.

Sobre el vástago central descansa un vaso en forma de concha, labrado en su parte externa con sirenas y animales fantásticos. De aquí surgen cuatro columnas agrupadas, custodiadas por ángeles, que sirven de soporte a un segundo vaso, decorado con motivos vegetales, coronas y máscaras con surtidores.

Remata el conjunto un pequeño amorcillo con una caracola y un delfín a sus pies, que se apoya sobre una canastilla en forma de capitel.

La Fuente de los Tritones está hecha en mármol blanco, excepción hecha del pilón y de las dos primeras gradas de la plataforma central, que presentan fábrica de granito. Su altura es de nueve metros.


Detalle del vástago del primer cuerpo y del vaso decorado con sirenas. Fotografía del Ayuntamiento de Madrid.