lunes, 30 de mayo de 2011

El Castillo de Santiago, en Fuentidueña de Tajo

Regresamos a Fuentidueña de Tajo para visitar uno de los castillos más desconocidos de la Comunidad de Madrid y, al mismo tiempo, uno de los más grandes, aunque su estado ruinoso no permita apreciar sus auténticas dimensiones.

Ocupa un recinto de nada menos que 110 metros de largo y 50 de ancho. Para hacernos una idea, el célebre Castillo Nuevo de Manzanares el Real tiene una planta de apenas 44 por 36 metros (y ya es impresionante).

















Lamentablemente, sólo se conservan unos cuantos muros, algunos torreones y la espectacular torre del homenaje.

Tanto se destaca este último elemento arquitectónico que la fortaleza se conoce popularmente como torre. Algunos la llaman Torre de Doña Urraca, otros Torre de los Piquillos, si bien su nombre correcto es Castillo de Santiago, por su vinculación con la orden religiosa homónima.

La presencia de los Caballeros de Santiago en estas tierras se remonta probablemente al siglo XII. Su plaza fuerte en aquel entonces era La Alarilla, una fortificación de origen andalusí de la que no queda nada, que, en el siglo XIII, fue sustituida por la construcción que ha llegado a nuestros días.

El Castillo de Fuentidueña pertenecía a la Encomienda de Tajo y era dependiente de Uclés. Cumplía una función trascendental, ya que se encargaba de vigilar el paso del río. De ahí su emplazamiento en lo alto de una montaña, desde la cual no sólo se divisa la totalidad del pueblo, sino también una buena parte del valle del Tajo.

Se dice que aquí residió la reina Urraca I (1081-1126), esposa de Alfonso I de Aragón (1073-1134), llamado El Batallador. Aunque, por la fechas, debió ser en La Alarilla, ya que, en aquellos momentos, la fortificación que ocupa nuestra atención no había sido levantada.

















En el siglo XV, el castillo fue reconstruido y ampliado notablemente. Sus remozadas dependencias sirvieron de prisión a personalidades tan relevantes como el adelantado Pedro Manrique de Lara (1381-1440), Álvaro de Luna (1390-1453) y Diego López de Pacheco (1455-1529).

La fortaleza llegó casi entera hasta el siglo XIX. Durante la Guerra de la Independencia (1808-14) fue saqueada y sus piedras desmontadas para ser utilizadas en otras edificaciones. Hoy día se encuentra en estado de ruina progresiva, incluso con riesgo de desprendimientos.

Poco queda del castillo, pero los restos que han llegado hasta nosotros permiten imaginarnos su magnificencia, digna de la misión histórica para la que fue creado.

La planta es irregular, con forma de paralelogramo, claramente condicionada por la complicada orografía del terreno. Se encuentra delimitada en las esquinas por cuatro torres defensivas, cuyos lados miden aproximadamente tres metros.

Estaba rodeada parcialmente de una barrera, de la que se mantienen en pie algunos vestigios junto al flanco septentrional.



Pero lo que más llama la atención es la torre del homenaje, de 30 metros de altura y con un grosor en sus muros de 1,4 metros. Se halla en el eje de simetría del conjunto, en la fachada norte, y presenta torretas en sus ángulos.

Éstas están hechas en mampostería alternada con fajas de ladrillo, a diferencia del resto del edificio, realizado en tapial.

Fotografías de J. J. Guerra Esetena, algunas de ellas también publicadas en Wikipedia.

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jueves, 26 de mayo de 2011

'La fuente y el río', de Pablo Serrano

Madrid es una de las ciudades que cuenta con un mayor número de obras del escultor aragonés Pablo Serrano (1908-1985), una figura indiscutible del arte español contemporáneo. Y además tenemos la inmensa fortuna de que la mayor parte se expone en espacios públicos y abiertos, fácilmente accesibles, como bien nos mostró Mercedes Gómez, autora del estupendo blog Arte en Madrid, hace poco más de un año.

Una de ellas es La fuente y el río, también llamada Homenaje al río y a la fuente, que está situada en la Calle de Serrano, muy cerca de su intersección con la Calle del Marqués de Villamagna. Fue comenzada en 1971 e inaugurada en 1973, a partir de un encargo del desaparecido Banco Hispano Americano, que quería embellecer así su recién estrenado edificio del Barrio de Salamanca.

Junto con el Hotel Villamagna y la actual tienda de moda de El Corte Inglés, fue uno de los inmuebles surgidos tras el lamentable derribo del Palacio de Anglada (siglo XIX), que ocupaba una manzana entera, entre la Calle de Serrano y el Paseo de la Castellana.

Todos ellos se encuentran conectados por medio de zonas comunes, configuradas a modo de plataformas escalonadas y ajardinadas, con las que se consigue salvar el desnivel existente entre ambas vías.

La obra que ocupa nuestra atención está enclavada en la terraza superior, en el ángulo suroriental de una explanada peatonal, muy apacible. Se eleva sobre un pilón circular, al que vierten varios surtidores, instalados en la propia la escultura, de tal modo que el agua baña la práctica totalidad de su superficie.



La fuente y el río es un buen ejemplo del pulso interno, entre la abstracción y la figuración, que mantuvo Pablo Serrano a lo largo de toda su trayectoria como creador.

En los años setenta del siglo pasado, esa tensión dio lugar a una fase creativa de formas contorsionadas con rostros humanos y de cierto dramatismo, que subrayó aún más el componente expresionista característico del autor, su única constante en su dinámica y ecléctica carrera.

Todo ello converge en la escultura de la que hablamos, una pieza de bronce donde prima la horizontalidad sobre la verticalidad, de vibrante movimiento. La dimensión figurativa está presente en la cabeza, manos y pies humanos que, en el plano de la abstracción, parecen estar luchando contra la masa informe que les envuelve.

















Es el símbolo del río que nace, en su duro combate contra la materia, pero también de los misterios que rodean al hombre. En declaraciones del propio escultor, "nada es posible si el hombre no sabe que habita su propia casa, si no sabe encontrar, buscando, su propio silencio, donde la creación se da, si cada uno de nosotros no abrimos las puertas de la comunicación que engendra".

Estas palabras informan del profundo humanismo del artista, que él mismo volvió a subrayar cuando, en 1981, cuatro años antes de su muerte, fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Así dijo en su discurso de ingreso:

"La escultura es un medio de expresión que da forma concreta al pensamiento. Una escultura, como un libro, es una conciencia y una conciencia se forma y se forja en el trabajo de todos los días, en la inseguridad y la relatividad cambiante, consciente de vivir nuestra época de incertidumbre, sin olvidar las fuentes de un rico manantial histórico que nos ha precedido".

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lunes, 23 de mayo de 2011

Del Monumento a Colón a la Esfera Armilar

Recuperamos la sección "El Madrid no construido", de la mano de dos proyectos fallidos, tal vez los más espectaculares de la historia de nuestra ciudad, que, a pesar de pertenecer a dos épocas muy distantes, presentan paralelismos más que notables.

Nos estamos refiriendo al Monumento a Cristóbal Colón y a la Esfera Armilar, dos colosales esferas metálicas, concebidas para conmemorar el mismo acontecimiento, el Descubrimiento de América, pero en épocas diferentes.

El primero se hubiese inaugurado en 1892 y el segundo un siglo después, coincidiendo con las celebraciones del cuarto y quinto centenario de aquel hecho histórico.


Recreación del Monumento a Cristóbal Colón, realizada por la revista 'Muy interesante' en marzo de 2009.

El Monumento a Cristóbal Colón fue una idea de Alberto de Palacio (1856-1939), un brillante ingeniero al que los madrileños debemos construcciones tan significativas como la Estación de Atocha. Fue diseñado para la Exposición Universal de Chicago de 1892, pero, tras desestimarse su realización, se hizo una segunda versión, con la intención de erigirlo en Madrid.

Constaba de una esfera de 200 metros de altura y un volumen de 4.180.000 metros cúbicos, que representaba el planeta, con los continentes y océanos plasmados en la superficie. Alrededor del ecuador, había dispuesta una plataforma de 700 metros de longitud y 14 metros de anchura, que servía de mirador.

La impresionante bola se apoyaba sobre una peana de 100 metros de alto, hecha en hormigón armado y reforzada con un armazón de hierro, con el que se garantizaba la estabilidad del conjunto gracias a diferentes puntos de apoyo.

En la parte interna de la esfera, estaba previsto reproducir la bóveda celeste en el momento de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo.

Bajo la misma se distribuían numerosas dependencias, destinadas a albergar, en distintos niveles, salas de conferencias para congresos, bibliotecas colombinas, museos arqueológicos del mundo español y americano, museos zoológicos y botánicos, salones de música, observatorios y colegios astronómicos, además de varios restaurantes, un teatro, un gran hotel e, incluso, una iglesia.

El acceso se realizaba por la citada peana de hormigón, cuyo interior aparecía decorado con varios grupos escultóricos relativos al Descubrimiento, entre ellos una gigantesca estatua de Cristóbal Colón.

Con más de 300 metros de altura, la peana y la esfera igualaban las dimensiones de la Torre Eiffel (1887-1889). Pero, para batir su récord y convertirse en la estructura más alta del mundo, se pensó en un curioso remate, consistente en una réplica de la carabela Santa María, con esculturas de su tripulación a bordo.

Todo ello se hubiese levantado en el Parque de El Retiro, muy cerca del Palacio de Cristal (1887), edificio en el que Alberto de Palacio colaboró, junto con Ricardo Velázquez Bosco y Daniel Zuloaga.

Podemos verlo recreado en este dibujo publicado en 1891 por la revista La Ilustración española y americana.



Por su parte, el proyecto de la Esfera Armilar fue realizado por el escultor Rafael Trénor y el ingeniero de caminos José Antonio Fernández Ordóñez, en los años ochenta del siglo XX.

Consistía en un enorme astrolabio esférico de 92 metros de altura y 7.000 toneladas de peso, en el que quedaba representado el orbe. Tenía habilitado un sistema de escaleras mecánicas y ascensores, que facilitaba el desplazamiento por su interior, y estaba previsto que tuviera efectos lumínicos y sonoros especiales.

En un primer momento, se quiso instalar en Sevilla, a modo de hito visual, que sirviese de emblema de la Exposición Universal de 1992.

Tras ser rechazada para la capital andaluza, la Sociedad Estatal del Quinto Centenario y la cooperativa PSV (Promoción Social de la Vivienda) firmaron un acuerdo para construirla en Madrid, en el polígono de Valdebernardo, en el contexto de una importante operación urbanística.

Esta iniciativa contemplaba la realización de un parque de 160 hectáreas de superficie, presidido por el monumento y equipado con diferentes instalaciones culturales y recreativas, tales como un Museo del Espacio, un teatro interactivo o un lago preparado para la práctica de deportes náuticos.






















Con el estallido de la crisis de 1992, el proyecto de la Esfera Armilar se quedó sin financiación estatal. Pese a ello, la PSV decidió seguir adelante, asumiendo en solitario los costes de construcción, cifrados en casi 7.000 millones de pesetas.

Todo se quedó en agua de borrajas cuando, en 1994, la cooperativa de viviendas tuvo que ser intervenida, acusada de fraude inmobiliario.

jueves, 19 de mayo de 2011

La Garganta de la Camorza

Llegamos a Manzanares el Real y, más en concreto, a la Garganta de la Camorza, un empinado tajo, a través del cual se abre paso un jovencísimo Manzanares. Se trata del último tramo del valle que configura el río entre su nacimiento en la Ventisquero de la Condesa y su salida de las montañas, en busca de cotas más bajas.



El Manzanares, que aún no sabe nada de la civilización, esculpe la roca que le sirve de lecho, dejando a su izquierda la gigantesca masa granítica de La Pedriza Anterior, dominada por el pico de El Yelmo, y a su derecha el cerro de la Camorza.

Más abajo le espera el enorme canchal de Peña Sacra, que sortea hábilmente dando forma a la garganta que ocupa nuestra atención, uno de los muchos parajes protegidos por los que discurre nuestro aprendiz de río y que tantos madrileños visitan, sobre todo en los meses de verano.

A punto de recibir a los primeros bañistas, si es que no han llegado ya, el Manzanares se prepara alimentándose del deshielo primaveral y de las precipitaciones de mayo, que, pese a su fama de mes florido y hermoso, es uno de los más lluviosos del año, al menos en la Comunidad de Madrid.



Da gusto ver estas imágenes del Manzanares a pleno caudal, como si fuera un río de postal o, como diría Ramón Gómez de la Serna, como un río de un nacimiento, "los ríos más verdaderos que existen y los de reflejos más agudos y refrescantes".

lunes, 16 de mayo de 2011

El Noviciado de la Compañía de Jesús

Hoy recordamos el desaparecido Noviciado de la Compañía de Jesús, que estuvo situado en la Calle Ancha de San Bernardo, donde actualmente se levanta el caserón de la antigua Universidad Central. Su iglesia estuvo considerada como una de las más grandes del Madrid barroco.


'Casa del Noviciado de la Compañía' (hacia 1860-64), por Eusebio de Lettre. Museo de Historia de Madrid.

El Noviciado de la Compañía de Jesús fue fundado el 15 de abril de 1602, a partir de una iniciativa de Ana Félix de Guzmán (1560-1612), marquesa de Camarasa.

Ésta puso a disposición de los jesuitas unos terrenos de reciente adquisición, que ocupaban la práctica totalidad de la manzana comprendida entre las actuales calles de San Bernardo, Noviciado, Amaniel y Reyes.

En esta finca había estado la Embajada de Génova, que había quedado abandonada en 1601, tras el fugaz traslado de la Corte de Madrid a Valladolid, por decisión de Felipe III (r. 1598-1621).

En 1605 comenzó la construcción de la iglesia, que ocupó el extremo septentrional de la propiedad. Adosado a ella y en dirección a la Calle de los Reyes, se levantó el resto del complejo, si bien sus obras no pudieron empezar hasta mediados de siglo.

En 1767, los jesuitas fueron expulsados por orden de Carlos III (r. 1759-88). La Casa del Noviciado fue cedida por el monarca a la Venerable Congregación de Sacerdotes Misioneros del Salvador del Mundo. Con el cambio de titularidad, la iglesia tomó el nombre de Oratorio de los Padres del Salvador del Mundo.


La Calle Ancha de San Bernardo en el primer tercio del siglo XIX, con la Iglesia de Montserrat a la derecha y el Oratorio de los Padres del Salvador del Mundo a la izquierda (grabado de James B. Allen, a partir de un dibujo original del pintor David Roberts, realizado durante su viaje a España en 1832-33).

Durante el reinado de Fernando VII (r. 1813-33), hacia 1829, la Compañía de Jesús consiguió regresar a las instalaciones, aunque sólo pudo permanecer en las mismas hasta 1836, cuando se produjo la Desamortización de Mendizábal.

Tras ser usado como cuartel de ingenieros militares, en 1843 el viejo edificio del Noviciado pasó a albergar a la Universidad Central, que no era otra que la Universidad Complutense, trasladada desde Alcalá de Henares a Madrid.

Ese mismo año se derribó la fachada primitiva y empezaron las obras de remodelación del inmueble, bajo la dirección de Francisco Javier Mariátegui (1775-1844), para su utilización como centro académico.

Tras su muerte, Narciso Pascual y Colomer (1801-1870) se hizo cargo de los trabajos, a partir de un nuevo proyecto, de aire clasicista, firmado en 1847.


Detalle de la fachada principal de la antigua Universidad Central.


Paraninfo de la Universidad Central, obra de Narciso Pascual y Colomer (fuente de la imagen: madri+d).

Poco queda de aquella Casa del Noviciado. De la imponente iglesia perviven los muros perimetrales, aprovechados para la construcción del Paraninfo universitario, aunque su planta original en forma de cruz latina fue transformada en una enorme elipse, similar a la del Senado Español.

Del resto del complejo se conservan los espacios de los dos antiguos claustros, reconvertidos en patios, alrededor de los cuales se distribuyen las distintas dependencias y aulas.


Vista aérea de la antigua Universidad Central (fuente de la imagen: Google Maps).

El enorme edificio de la antigua Universidad Central tiene varios usos en la actualidad. Su parte norte, donde se encuentra el Paraninfo, continúa vinculada a la Universidad Complutense.

En el extremo suroccidental se encuentra el Instituto Cardenal Cisneros, mientras que el resto del complejo depende del Ministerio de Educación y Ciencia. El Consejo Escolar del Estado es una de las instituciones ministeriales que tiene aquí su sede.

jueves, 12 de mayo de 2011

El templete de San Isidro, del Puente de Toledo

Cuando quedan pocos días para la festividad del 15 de mayo, visitamos el Puente de Toledo, donde se encuentra la que consideramos es la representación de San Isidro más bella de todas las que se conservan en Madrid.

Y no tanto por la calidad artística de la figura escultórica que reproduce al santo, sino por el espectacular templete que la custodia, máximo exponente del genio del arquitecto Pedro de Ribera (1681-1742), en el quedan condensados los rasgos principales del barroco madrileño.

Realmente son dos los templetes que hay instalados sobre el pretil del puente, justo encima de su arco central. Enfrentado al de San Isidro, se yergue otro idéntico, que conmemora a su esposa, Santa María de la Cabeza.


El arco central del Puente de Toledo, con los dos templetes, en una postal antigua.

Ambos fueron proyectados por Ribera en 1722, tres años después de que fuera concluido el Puente de Toledo, una de sus obras maestras. Están hechos en piedra berroqueña y miden seis metros y medio de alto, con una anchura de casi cuatro metros.

Presentan un trazado que, en cierto modo, recuerda a las espléndidas portadas que Pedro de Ribera hizo para el Antiguo Hospicio (actual Museo de Historia) o para el Monte de Piedad, con un marcado sentido escultórico y escenográfico.

Están integrados por dos pilares compuestos, con cuatro estípites adosados cada uno, minuciosamente tallados. Se rematan con las típicas orejeras del barroco madrileño, sobre las que descansan dos amorcillos. De los lados afloran salientes, que, a modo de pequeños pedestales, sostienen jarrones.


Templete de San Isidro.

La cubierta consiste en un dosel de abigarrada decoración, con hojarascas, volutas y abundantes elementos curvilíneos, que envuelven un escudo de piedra de caliza con las armas del rey Felipe V (r. 1700-1746). Una corona real preside todo el conjunto desde la parte superior.

Con respecto a las estatuas, éstas fueron realizadas en 1723 por Juan Alonso Villabrille y Ron (1663-1732), por encargo directo de Pedro de Ribera, en su calidad de arquitecto-director de las obras del Puente de Toledo. A él también se debe la imagen de Fernando III el Santo que hay en la portada del Antiguo Hospicio, en la Calle de Fuencarral.

San Isidro está representado junto a su hijo Illán, después de producirse el célebre milagro del pozo. Los dos están mirando hacia el cielo, en señal de agradecimiento. Según la tradición, el santo consiguió salvar la vida de su hijo, haciendo subir las aguas del pozo en el que éste había caído hasta el brocal.


Templete de Santa María de la Cabeza.

Illán vuelve a aparecer en el grupo escultórico dedicado a su madre, Santa María de la Cabeza. Aquí se recoge el instante previo al milagro, cuando ambos se dirigen hacia el pozo para sacar agua, antes de que el niño cayera a su interior. De ahí la actitud caminante de ambas figuras.

Las esculturas son de tamaño natural y están hechas en caliza. Se encuentran bastante deterioradas, debido a la erosión.


Vista de los templetes desde el tablero del puente, en una postal antigua.

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lunes, 9 de mayo de 2011

La sede renacentista de la FEMP
















Visitamos la sede de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), en el número 8 de la Calle del Nuncio, en pleno Madrid de los Austrias. Se trata de una antigua casa-palacio del último tercio del siglo XVI, que en el año 1987 fue restaurada y acondicionada para su actual uso institucional.

Las intervenciones llevadas a cabo en el siglo XX no han conseguido alterar sustancialmente su fisonomía original, como así se aprecia en el célebre plano de Pedro Teixeira, de 1656, donde aparece representada la fachada principal con un aspecto muy similar al que ha llegado a nuestros días.


















Así debieron ser muchas de las casas solariegas de aquel Madrid renacentista, que asumía con asombro su proclamación como capital. Aunque apenas se conservan unas cuantas, como la Casa de las Siete Chimeneas y el Palacio de los Condes de Paredes de Nava, todas ellas comparten con el viejo y desconocido caserón de la Calle del Nuncio el mismo planteamiento arquitectónico.

Por no hablar del tipo de fábrica, que queda definida por las características cajoneras de mampostería con verdugadas de ladrillo en los paramentos, herederas del mudéjar toledano, que pervivieron hasta prácticamente el siglo XVIII.



Uno de esos rasgos comunes es la presencia de uno o varios torreones, de apariencia más o menos pesada, que, posteriormente, en el siglo XVII, evolucionarían hacia modelos algo más esbeltos, con el típico chapitel escurialense. En el caso que nos ocupa, existe una única torre, que se alza robusta desde uno de los ángulos del edificio.

El palacio se levanta sobre un solar en fuerte pendiente, que condiciona todo su trazado. Su fachada principal, que da a la Calle del Nuncio, está formada por dos alturas. Éstas se elevan a tres en la fachada posterior, enfrentada a la Calle de Segovia, que, debido a lo abrupto del antiguo barranco del Arroyo de San Pedro, arranca desde un nivel muy inferior.


Fachada de la Calle de Segovia.

Pero lo que más nos llama la atención de este caserón es su patio porticado de dos pisos, toda una sorpresa para nosotros. La planta baja se cierra con columnas y capiteles de piedra de granito, mientras que la alta presenta soportes de madera.

Son tan escasos los patios renacentistas que tenemos en Madrid que su descubrimiento se ha convertido en un auténtico acontecimiento para este blog.

Entre los que se nos vienen a la memoria, podemos citar los patios existentes en el Palacio de los Condes de Paredes de Navas (Museo de los Orígenes), en la Casa de Álvaro de Luján y en el Palacio Real de El Pardo, además del majestuoso claustro de los Jerónimos. ¿Alguien conoce alguno más?


Fuente de esta imagen: FEMP.

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sábado, 7 de mayo de 2011

La Cachicanía y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial

Volvemos a publicar esta entrada, enriquecida con tres estupendas fotografías que nos ha proporcionado Paz Herrera. En ellas podemos ver la Cachicanía del Monasterio de El Escorial, una de las construcciones más interesantes y, al mismo tiempo, más desconocidas del Real Sitio, que fue proyectada por Francisco de Mora a finales del siglo XVI.

Vaya por delante nuestro sincero agradecimiento a Paz, por su interés divulgativo y sus magníficas aportaciones, sin las cuales este artículo hubiese quedado incompleto. 


La Cachicanía del Real Monasterio (fotografía de Paz Herrera).

Francisco de Mora (h. 1553-1610) fue uno de los arquitectos más influyentes del último Renacimiento español. A él se deben edificios tan notables como el Palacio de los Consejos, situado en la Calle Mayor de Madrid, donde quedó establecido el paradigma de la arquitectura palaciega desarrollada en la capital a lo largo del siglo XVII.

Pero retrocedamos a los primeros momentos de su carrera profesional, cuando se encontraba bajo las órdenes de Juan de Herrera (1530-1597), con quien colaboró estrechamente en la construcción del Monasterio de El Escorial.

De su maestro heredó su férreo estilo desornamentado, que poco a poco fue modelando, con soluciones más imaginativas, acordes con las incipientes corrientes barrocas de su tiempo. El Convento de San José, de Ávila, una de sus realizaciones más relevantes, ejemplifica la armonización de lo herreriano y lo barroco.

En los últimos años de vida de Juan de Herrera, cuando éste se encontraba enfermo y prácticamente incapacitado, Francisco de Mora asumió la gestión directa de diferentes obras del Real Monasterio.

Es el caso de su actuación sobre la Huerta de los Frailes, ubicada junto de la fachada sur del monasterio, donde hizo las puertas de acceso e intervino sobre el Estanque Grande, con el diseño de la imponente balaustrada y de la majestuosa escalera dividida en cuatro ramales.

Además, proyectó la llamada Cachicanía, levantada en 1596 en el entorno de la huerta, donde residía el cachicán, la persona que se encargaba de la hacienda de labranza.

Se trata de un poderoso edificio de planta cuadrangular, dominado por la geometría piramidal de su cubierta y la elegante galería porticada que recorre sus lados.


Otra vista de la Cachicanía (fotografía de Paz Herrera).

No muy lejos de la Cachicanía, se alza el Pozo de Nieve, que también presenta una composición piramidal. Fue la nevera del Monasterio de El Escorial, en la que se conservaban los alimentos destinados al consumo humano.

En su foso interior, se prensaban y almacenaban las nieves recogidas de la sierra, lo que garantizaba temperaturas relativamente bajas, incluso en los meses más calurosos.


Aspecto del Pozo de Nieve, que fue utilizado como fresquera del Monasterio de El Escorial.

Arquitectónicamente, ambos edificios destacan por su perfecto encaje en un entorno hortícola, que, a su vez, se encuentra condicionado por el aire cortesano de la soberbia fachada meridional del Real Monasterio de El Escorial, que enmarca todo el conjunto.

Equilibrio que se logra por medio de una factura típicamente herreriana y de un lenguaje "específicamente rural y exaltador de la vida sencilla campestre" (*), en el que son reconocibles algunos postulados del italiano Sebastiano Serlio (1475-1554).


En esta panorámica pueden verse el Pozo de Nieve a la derecha y la Cachicanía, casi oculta por la vegetación, a la izquierda (fotografía de Paz Herrera).

(*) Bibliografía: Arquitectura del Renacimiento en España 1488-1599. Víctor Nieto, Alfredo J. Morales y Fernando Checa. Editorial Cátedra, Madrid, 2009

miércoles, 4 de mayo de 2011

El río Manzanares, según Mesonero Romanos

Pasión por Madrid tiene una especial devoción por el río Manzanares, del que hemos hablado en numerosas ocasiones, casi siempre en primera persona, pero también reproduciendo textos y comentarios de diferentes autores.

Nuestro pequeño Manzanares no tiene un gran caudal, ni un largo recorrido, pero sí que ha sido capaz de generar ríos y ríos de tinta (y nunca mejor dicho), como si se tratara de un personaje literario.

Hoy le toca el turno a Ramón Mesonero Romanos (1803-82), quien se lamentaba de que el río "nunca pudo ser gran cosa", aunque reconocía su utilidad para la ciudad, "para fertilizar gran parte de su término, para el lavado de ropas, para los baños generales en verano y para surtir el canal" (Manual de Madrid, descripción de la Corte y de la Villa, 1831).


Detalle de una pintura del siglo XVIII, con el río a su paso por El Pardo.

Pero quizá sea en El antiguo Madrid, paseos históricos-anecdóticos por las calles y casas de esta villa (1861) donde Mesonero Romanos mejor analice la verdadera realidad del Manzanares, desde la perspectiva de su encaje en el tejido urbano madrileño:

"La gran falta natural de Madrid para su futuro desarrollo, como ciudad populosa y corte de tan importante monarquía, era la de un río caudaloso, que, surtiendo a las necesidades de un crecido vecindario, sirviese también para fertilizar y hermosear su término y campiña".

"Esta falta grave, representada en la exigüidad del modesto Manzanares, ha dado también motivo a las continuadas burlas y chanzonetas de los poetas satíricos, del mismo Quevedo, de Góngora, de Tirso de Molina y otros, de que podía formarse una abultada colección".

El río a su paso por la colina de Príncipe Pío, presidida por el desaparecido Cuartel de la Montaña (años 1911-15). En primer término, la isla fluvial sobre la que, décadas después, se construiría una de las primeras piscinas madrileñas.

"Pero es preciso tener en cuenta que la mayor parte de nuestras ciudades importantes del interior se hallan en el mismo caso; que nuestros ríos, tan celebrados de los poetas por sus arenas de oro y sus ondas transparentes, no son ningunos Támesis, Senas o Danubios caudalosos, navegables y conductores de salud, de civilización y bienandanza".

"Por lo cual vemos que, aun en los pueblos fundados en sus inmediaciones, no trataron de albergarles o darles paso dentro de su recinto, como lo están los que bañan las primeras ciudades de Francia, Inglaterra y Alemania, etc., y aun así se vieron expuestas las nuestras a las súbitas inundaciones, invernales o a la maligna influencia de sus sequedades del estío"

"El padre Tajo, que circunda la imperial Toledo, aunque también a respetuosa distancia, sólo empieza a ser verdaderamente río cuando corre por territorio portugués. Lo mismo el Duero y el Guadiana; el Ebro y el Guadalquivir son los que más se acercan entre nosotros a aquellas condiciones civilizadoras; pero ya a las extremidades de su curso, en los confines de la Península".

Vista parcial del Puente del Rey (año 1931).

"No se ocultó, sin embargo, esta falta al ilustrado Felipe II, y sabido es de todos el proyecto que formó, y que entonces se creyó realizable, de traer el Jarama a Madrid, incorporándolo con el Manzanares. Este último también por entonces debía ser bastante más caudaloso, o correr menos oculto en la arena, pues tenemos la relación del viaje que Antonelli hizo desde Lisboa por el Tajo y el Jarama, y continuó luego por el Manzanares hasta El Pardo". 

"Posteriormente, y según fue haciéndose sentir más y más la necesidad, se renovaron otros proyectos análogos y, a fines del siglo XVII, se ideó la canalización hasta Vaciamadrid y luego, con el auxilio del Jarama, hasta Toledo; proyecto que no fue admitido por la Reina Gobernadora doña Mariana de Austria, hasta que en el reinado de Carlos III se construyó por espacio de dos leguas el que luego existió, aunque por cierto con bien escaso resultado".

lunes, 2 de mayo de 2011

'Que sólo por ser algo, ¡soy madrileño!'

Cambiamos de registro y, aprovechando que hoy festejamos el 2 de mayo, reproducimos la letra del desconocido himno de la Comunidad de Madrid. Fue compuesta en 1983 por el escritor y filósofo Agustín García Calvo (Zamora, 1926), quien, haciéndose eco del polémico debate autonómico de aquellos tiempos, aludió al hecho madrileño de forma irónica, sarcástica e, incluso, despectiva.


Real Casa de Correos, sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

Han pasado casi treinta años y este insólito himno (o anti-himno) no ha tenido ninguna trascendencia, ni siquiera a efectos oficiales. Curiosamente, la comunidad autónoma que el himno cuestiona, con ese soniquete tan resabiado de aquellos que nos acusan de artificialidad, se ha consolidado como una realidad rotunda  y de fortísima presencia.

Siempre nos ha molestado esa mirada crítica y aniquiladora de todo lo que tiene que ver con Madrid. Que si no tenemos historia, que si somos un invento, que si nos lo han regalado todo... Pero lo que más nos molesta es que este discurso negador haya prendido entre nosotros, hasta el punto de haberlo incorporado en un himno oficial.

No sabemos si una comunidad como la de Madrid precisa de un himno o no, pero de lo que no nos cabe duda es que, si esto fue un invento, ¡hay qué ver lo bien que nos ha salido y la de siglos que nos está durando!

Yo estaba en el medio
giraban las otras en corro,
y yo era el centro.
Ya el corro se rompe,
ya se hacen Estado los pueblos,
y aquí de vacío girando
sola me quedo.
Cada cual quiere ser cada una:
no voy a ser menos.
¡Madrid, uno, libre, redondo,
autónomo, entero!
Mire el sujeto 
las vueltas que da el mundo
para estarse quieto.

Yo tengo mi cuerpo:

un triángulo roto en el mapa
por ley o decreto
entre Ávila y Guadalajara,
Segovia y Toledo:
provincia de toda provincia,
flor del desierto.
Somosierra me guarda del Norte y
Guadarrama con Gredos;
Jarama y Henares al Tajo
se llevan el resto.
Y a costa de esto,
yo soy el Ente Autónomo último,
el puro y sincero.
¡Viva mi dueño!,
que, sólo por ser algo,
¡soy madrileño!

Y en medio del medio,

capital de la esencia y potencia,
garajes, museos,
estadios, semáforos, bancos
y vivan los muertos:
¡Madrid, metrópoli, ideal 
del Dios del Progreso!
Lo que pasa por ahí, todo pasa
en mí, y por eso
funcionarios en mí y proletarios
y números, almas y masas
caen por su peso;
y yo soy todos y nadie,
político ensueño.
Y ése es mi anhelo,
que por algo se dice:
de Madrid, al cielo.


Castillo Nuevo de Manzanares el Real, donde, en 1982, tuvo lugar la ponencia redactora del Estatuto de Autonomía de Madrid.