lunes, 24 de septiembre de 2012

Dos obras madrileñas de Pedro Berruguete

El pintor palentino Pedro Berruguete (h. 1445-1503) fue uno de los artistas más relevantes del periodo tardomedieval. Acorde con su rango y prestigio, trabajó en las ciudades más importantes de la Corona de Castilla, como Burgos, Toledo, Zamora, Ávila, Segovia, Palencia o Madrid, que, contrariamente a la creencia generalizada, había alcanzado una notable influencia política y social dentro del reino.

Su obra cabalga entre el gótico de raíces hispanoflamencas y los nuevos modelos renacentistas que él mismo se trajo de Italia, adonde se desplazó hacia 1471 para trabajar al servicio de Federico de Montefeltro, uno de los grandes mecenas del Quattrocento.

Este viaje fue clave para su desarrollo artístico, pues sumó a su genio personal un conocimiento técnico que no sólo enriqueció su concepción del espacio, sino también de las figuras, con sensibles mejoras en los rasgos anatómicos, las expresiones y los movimientos.

Sin embargo, a su vuelta a Castilla, alrededor de 1483, Pedro Berruguete puso freno a todo lo aprendido, tal vez receloso de que su nuevo y rupturista lenguaje pictórico no fuera entendido en España.

De ahí que recuperara algunos postulados medievales, como la aplicación del oro en los fondos, que, en cualquier caso, no lograron impedir que la impronta italiana aflorara en forma de gestos y actitudes más gráciles, nuevas perspectivas o composiciones más audaces.

Este difícil equilibrio entre lo gótico y lo renacentista sirve de contexto a las dos obras, relacionadas con nuestra ciudad, hechas por el autor, que analizamos seguidamente.



La primera de ellas, San Juan en Patmos, fue un encargo de Isabel la Católica (1451-1504), que el artista hizo entregar el día 3 de mayo de 1499 en el Real Alcázar de Madrid a Sancho de Paredes, camarero de la reina.

La soberana nunca se separó de esta tabla, debido a su especial devoción por San Juan Evangelista, al que consideraba su patrón. No en vano su coronación se produjo el 27 de diciembre de 1474, en coincidencia con la festividad de este santo.

La pintura representa al evangelista en el momento de redactar el Apocalipisis, en la isla griega de Patmos. Está acompañado de un águila, su símbolo más característico, elemento que, por deseo expreso de Isabel I, fue incorporado al escudo real.

Siguiendo también sus indicaciones, el cuadro fue trasladado a la Capilla Real de Granada, el templo que la reina mandó construir como su lugar de enterramiento, pocos meses antes de su muerte. Es ahí donde se conserva.

La segunda obra que traemos a colación es La Virgen con el Niño en un trono, que se encuentra en el Museo de Historia de Madrid. Es uno de los pocos tesoros que han llegado hasta nosotros del desaparecido Hospital de la Latina, en la Calle de Toledo, en cuya capilla estuvo más de cuatrocientos años (desde aproximadamente 1500 hasta la demolición del edificio en 1906).



Este trabajo fue realizado a petición de Beatriz Galindo La Latina (1465-1534), fundadora de la citada institución hospitalaria, que seguramente entró en contacto con Berruguete gracias a su estrecha relación con Isabel la Católica, de la que fue preceptora y consejera.

Se trata de una de las creaciones más logradas del artista, en la que se aprecian las tensiones góticas y renacentistas a las que antes aludíamos. Por un lado, las figuras de María y del Niño Jesús dejan ver claras reminiscencias flamencas y, por otro, todo queda enmarcado dentro de una arquería que remite al Renacimiento italiano, cuya cubierta alberga un artesonado mudéjar, típico de la época de los Reyes Católicos.

Las vinculaciones madrileñas de Pedro Berruguete probablemente fueron muchas más, pero lamentablemente la ausencia de datos precisos impide conocerlas. 

Incluso es probable que falleciese en nuestra ciudad, según se desprende de diferentes archivos existentes en Ávila, Toledo y Becerril de Campos (Palencia), aunque parece más factible que le llegase la muerte en Paredes de Nava, el pueblo palentino donde nació y donde también vio la luz su hijo, el célebre escultor Alonso Berruguete.

Fachada del actual Convento de La Latina, en la Calle de Toledo, sobre el solar del antiguo hospital.

Bibliografía y fuentes consultadas

- Cuando la pintura renacentista viajó a Castilla, de Lostonsite. Lostonsite's Weblog, 2010.
- Isabel la Católica y el arte, de Gonzalo Anes Álvarez. Real Academia de la Historia, Madrid, 2006.
- La España gótica, volumen 13. Castilla-La Mancha: Toledo, Guadalajara y Madrid, de Bartolomé Aurea de la Morena y Marina Cano Cuesta. Ediciones Encuentro, Madrid, 1998
- Los Berrugete, obras suyas, de Ramón Revilla Vielva. Institución Tello Téllez de Meneses, Palencia, 1965.
- El San Juan de la reina de Castilla, de Juan Solís. El Universal, México, 2003

lunes, 17 de septiembre de 2012

Espacio Fundación Telefónica

Nos dirigimos al Espacio Fundación Telefónica, un nuevo centro cultural que lleva apenas cuatro meses en funcionamiento. Está situado en el emblemático edificio que la compañía posee en la Gran Vía, levantado entre 1924 y 1929 como uno de los primeros rascacielos de Europa, donde ocupa el costado oriental, con entrada desde la Calle de Fuencarral.



Tiene una extensión de 6.379 metros cuadrados, distribuidos en cuatro plantas, que antaño dieron servicio a lo que fue la primera central automática de telefonía de España y que hoy día acogen un moderno espacio expositivo, fruto de la profunda transformación llevada a cabo entre junio de 2011 y mayo de 2012.



El proyecto ha corrido a cargo de Quanto Arquitectura y Moneo Brock Studio, bajo la dirección de Miguel Ángel García Alonso, y en él ha prevalecido la idea de sinceridad constructiva.

Tomando como base los lofts neoyorquinos, se han recuperado los elementos arquitectónicos originales, tales como las vigas de hierro o los suelos de hormigón pulido, para dejarlos desnudos, completamente visibles, y con ciertas reminiscencias al uso que tuvo el edificio como centro de telecomunicaciones.



Uno de los principales retos que debió afrontar el equipo de arquitectos fue el de la verticalidad. La existencia de cuatro plantas, con arranque desde un vestíbulo relativamente pequeño, impedía una correcta comunicación de las distintas salas, al tiempo que limitaba la percepción de un conjunto unitario.



De ahí que se pusiera el énfasis en los elementos de conexión, con la instalación de un ascensor panorámico de cristal, que también es utilizado como montacargas, y el reforzamiento de la escalera de evacuación, convertida en una escultura flotante, a modo de un gigantesco vegetal que serpentea por los muros.



Nos detenemos en esta escalera, que sorprende por su insinuante movimiento helicoidal. Está apoyada sobre una estructura de aspas, revestidas con planchas de acero cortén, que cruzan en vacío en diagonal y que recorren las cuatro plantas, unificando los diferentes recintos y facilitando una visión global de todo el espacio.

Quanto Arquitectura y Moneo Brock Studio.

Si el continente llama la atención por su espectacularidad, no menos sorprendente es el contenido, con especial mención a la colección de pintura cubista de Telefónica, que se exhibe en la cuarta planta.

Tomando como eje vertebrador a Juan Gris, esta pinacoteca está integrada por obras de Daniel Vázquez Díaz, María Blanchard, Auguste Herbin, Vicente Huidobro y Emilio Pettoruti, entre otros autores que dieron forma a una de las vanguardias más destacadas de principios del siglo XX.


Juan Gris. 'La grappe de raisins' (1925).

Existen otras dos salas de exposiciones, actualmente ocupadas por las muestras Historia de las Telecomunicaciones y Arte y vida artificial (1999-2012), además de un auditorio, áreas de consulta y salas reversibles para la realización de talleres y otras actividades.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El Pazo de Campolongo

Visitamos la Casa de Campo, donde descubrimos un auténtico pazo gallego, que fue desmontado piedra a piedra y llevado a Madrid, para servir de pabellón de la provincia de Pontevedra en la desaparecida Feria del Campo.



El Pazo de Campolongo, también conocido como de los Marqueses de Leis, fue levantado en San Xosé de Campolongo, una parroquia adscrita al Concejo de Pontevedra, que, con el paso del tiempo, ha quedado integrada dentro del caso urbano, como uno de los barrios más populosos de la ciudad.

Sus orígenes se remontan al siglo XVI, si bien el palacete que ha llegado a nuestros días presenta trazas de periodos posteriores. Gracias al estudio de sus blasones, muchos de ellos reubicados o, sencillamente, perdidos, se sabe que el edificio estuvo vinculado a los linajes de la Vega, Cruu, Salazar, Figueroa, Montenegro y Mendoza.

En 1943, en pleno franquismo, el pazo pasó a manos del Frente de Juventudes, que lo convirtió en su sede provincial. En los terrenos colindantes fue construido un moderno complejo polideportivo, considerado en aquel entonces como uno de los mejores de Galicia, donde fueron frecuentes los torneos y las competiciones, incluso a escala nacional.


El pazo en su enclave original, en una fotografía antigua.

En los años sesenta del siglo XX, se procedió a la urbanización de San Xosé de Campolongo, al compás del Plan Nacional de la Vivienda. Esto significó el expolio del pazo y su traslado a Madrid, donde, como se ha señalado, funcionó como Pabellón de Pontevedra, en la antigua Feria del Campo.

En 1975 tuvo lugar la última edición de este certamen y, dos años después, el Ayuntamiento de Madrid se hizo cargo del recinto ferial.

El consistorio optó por arrendar algunas de las instalaciones para la puesta en marcha de diferentes restaurantes, que son promocionados con el nombre de Paseo de la Gastronomía. Uno de ellos es el Pazo de Campolongo, que en la actualidad alberga una marisquería gallega.

lunes, 3 de septiembre de 2012

El Jardín y la Huerta de los Frailes

Felipe II (1527-1598) fue un gran amante de los jardines, como prueban las intervenciones paisajísticas que ordenó desarrollar en la Casa de Campo, El Pardo, Aranjuez, La Granjilla de La Fresneda, Valsaín y San Lorenzo de El Escorial.

En ellas se daba el salto desde el jardín medieval, concebido como un espacio recogido y cerrado, al jardín renacentista, que se abre al mundo exterior, integrando arquitectura y naturaleza.



De todos estos recintos, el Jardín de los Frailes, situado a los pies del Monasterio de El Escorial, no sólo es el que mejor conserva su fisonomía original, sino también el máximo exponente del concepto que el rey tenía de la jardinería, que debía proporcionar belleza visual, además de permitir el cultivo de hortalizas y frutas.

De ahí que este jardín sea un lugar de transición entre la imponente arquitectura del monasterio y las huertas, que garantizaban el abastecimiento a la comunidad religiosa y a los cortesanos.



Se extiende sobre una terraza artificial que, a modo de escuadra, bordea los lados sur y este del monasterio, salvando el desnivel existente hasta las huertas inferiores. 

Su punto de apoyo es un enorme talud de piedra, obra de Juan de Herrera (1530-1597), que recibe el nombre de Muro de los Nichos por las hornacinas que horadan su parte exterior.

Gracias a esta ubicación, los jardines constituyen un excelente mirador, no sólo de las huertas escurialenses, sino también de buena parte de la Comunidad de Madrid, con la rampa de la sierra y la llanura mesetaria a un golpe de vista.

En palabras del filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955), no existe "mejor sitio para meditar sobre el paisaje y sobre Castilla". De hecho, en el momento de su construcción, el lugar llegó a ser comparado con los míticos jardines colgantes de Babilonia.



Cuando hablamos del Jardín de los Frailes, genéricamente nos estamos refiriendo a tres espacios que, pese estar conectados entre sí y tener una unidad formal, están bien diferenciados: el Jardín de Convalecientes, el Jardín de los Frailes propiamente dicho y el Jardín Real, de carácter reservado.



Todos ellos están comunicados con las huertas adyacentes, a través de un sistema de dobles escaleras que, como si fuesen pasadizos, descienden hasta el nivel inferior. Hay un total de seis: dos están excavadas en el Jardín Real y las otras cuatro se distribuyen a lo largo del Jardín de los Frailes.

Jardín de Convalecientes

El Jardín de Convalecientes, también conocido como los Corredores del Sol, ocupa un patio cuadrangular, cerrado en dos de sus lados por las galerías porticadas de la Botica. Era el lugar donde se recuperaban los monjes enfermos, dadas sus favorables condiciones ambientales, muy diferentes a las de los umbríos claustros interiores del monasterio.



La Botica es un bello edificio de aire clásico, con planta en forma de ele, fruto de la colaboración de Juan Bautista de Toledo (1515-1567), el primer arquitecto de El Escorial, y Juan de Herrera, que asumió las obras tras la muerte de aquel. Su elemento más destacado es, sin duda, la columnata que enmarca el jardín, de orden jónico en el piso superior y toscano en el inferior.



Jardín de los Frailes

Estos jardines rodean las habitaciones de los monjes. Siguiendo los modelos italianos de la época, basados en la geometría, están formados por una sucesión de cuadros, dispuestos longitudinalmente y divididos, cada uno de ellos, en cuatro parterres, con un estanque con surtidor de piña en el centro.



Desde el siglo XVIII las plantaciones son de boj, pero originalmente había sembradas flores exóticas y plantas medicinales, "haciendo artificiosos y galanos compartimentos", que parecían "alfombras finas, traídas de Turquía, de El Cairo o Damasco", como describe Fray José de Sigüenza (1544-1606).

Jardín Real

El Jardín Real se encuentra junto a los Aposentos Reales, situados en el saliente oriental del monasterio. Está integrado por cuatro espacios, uno destinado al rey, otro para la reina, otro para el príncipe y el último para la Corte.



Tenía un carácter reservado, razón por la cual fue levantado un cerramiento de piedra que lo separa del Jardín de los Frailes. No obstante, este muro divisorio dispone de puertas, que permiten hacer un recorrido completo de todo el conjunto.


La huerta

La Huerta de los Frailes se halla en la zona más baja. Está cercada y cuenta con varias entradas, entre las que destaca la de El Bosquecillo. Presenta una distribución regular, con varios cuadros, donde se cultivaban árboles frutales y hortalizas.



Su riego estaba garantizado por el Estanque Grande, emplazado cerca del Jardín de Convalecientes, en el que intervino el arquitecto Francisco de Mora (h. 1553-1610), discípulo de Herrera, con el diseño de la balaustrada y de la majestuosa escalera de cuatro ramales.

A este autor también se deben la Cachicanía y el Pozo de Nieve, dos singulares edificios situados a escasa distancia.